miércoles, 20 de julio de 2016

VAMPIRO DE LAS CIRCUNSTANCIAS

Don Benito Pérez Galdós fue uno de mis compañeros de viaje, allá en mi adolescencia, cuando con curiosidad y respeto, iba fisgoneando y adentrándome en la biblioteca de mi padre. Ahora mismo se me vienen a la mente títulos como Trafalgar, Marianela, Nazarín y Fortunata y Jacinta. Obras breves, pero cercanas al alma –sobre todo, a la del imberbe que fui-. Hay que decir que Pérez Galdós fue un escritor prolífico, no limitándose a las novelas y dramas sino también a las epístolas, entre otros. Y es de celebrar la reciente publicación en España de Correspondencia. Benito Pérez Galdós. Edición de Alan E. Smith, M. A. Rodríguez Sánchez y Laurie Lomask, de casi dos mil páginas, donde aparecen un millar de cartas a diferentes destinatarios, del que muy buena crítica, se ha escrito ya.


En una carta dirigida a Leopoldo Alas «Clarín», le confiesa: «más que Homero o Dante me gusta acercarme a un grupo de amigos, oír lo que dicen, o hablar con una mujer o presenciar una disputa, o meterme en una casa de pueblo, o ver herrar a un caballo, oír los pregones de la calles…». Gran verdad, que sin querer, contradice la bibliofilia de algunos, que buscan el aislamiento del mundanal ruido.  Todo narrador es un vampiro de las circunstancias ajenas. Se nutre tanto de los chismes, los excesos, los culebrones, como de las confesiones, las culpas, las introspecciones.  No suele contar de sí, el mundo es su caldo de cultivo. Y si bien, alguna narración suya pudiera parecer autobiográfica, casi nunca lo es. Excepciones que ponen a prueba la regla, hay, como las excentricidades publicadas por mi paisano, Jaime Bayly Letts. Además, ya quisiera uno parecerse a los personajes de su ficción. Contar historias es la revancha consuetudinaria a la chatura existencial.


Del mundo literario, se puede afirmar –sin temor de caer en hipérbole- que agrupa a casi la totalidad de las personas chismosas, vanidosas, mentirosas, envidiosas, injuriosas y rencorosas -sí, todas esas lindezas reunidas en un solo personaje-. Algunos conozco. En parte, son así, porque la consagración, si es en vida, es tremendamente excluyente. Gustar y llenarse los bolsillos, una temporada, con libros de autoayuda o novelas adolescentes o lacrimosas, suele ocurrir. Prevalecer en la memoria poética. Lograr el estatus de «clásico». Mantener el nivel de ingresos. Ese es otro cantar. De ahí la validez de lo expresado por don Benito en el párrafo anterior. Hay que escuchar a la calle. Pero requisito previo es, la nutrición libresca. Después de Joyce y Dostoievski, los monólogos nunca fueron los mismos. Tampoco las estructuras después de Faulkner y Hemingway. Hacerse de una buena historia es un gran paso. Saberla contar, su cristalización.     

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