Federico Guillermo,
qué duda cabe, fue el guapo del barrio, el «caritas», como les dicen en México
(lindo y querido). Y muy probablemente, a sus cuarenta y pocos –treinta y seis
dicen que aparenta-, lo sea también del lujoso edificio sanisidrino donde
habita con su mujer y sus tres hijos. María del Pilar, su esposa, debe tener un
pacto secreto con el tiempo y la belleza, porque ostenta lozanía, garbo y
beldad desde que la conozco, y vaya que han pasado buenos años ya. Son la
Barbie y el Kent que muchas parejas quisieran ser, aunque el mérito de ser
bellos viene de fábrica, se nace así, si es que se nace así. No obstante, cultivar la
belleza y mantenerla, sí es algo que les ha costado extenuantes horas en el
gimnasio e incontables limitaciones en la mesa. Yo siempre he creído que el
mezquino en la mesa también lo es en la cama, pero ese es otro tema. Justificaciones
de glotón con ínfulas de epicúreo.
Guille –así lo
llamamos sus amigos- es Key Account Manager de una importante transnacional nórdica
y catedrático en una de las Escuelas de Posgrado más caras y prestigiosas del
país. Ahí conoció a Jazmín. No la conozco, no la podría describir –ganas no me
faltan-. Me he limitado a saber que está concluyendo el MBA –Guille es uno de
sus profesores- y no pasa de treinta y dos años. No llegan a ser amantes, son
amigos con «derecho a roce». Ya sabes, a veces sí, a veces no. Guille me dice que
son básicamente amigos. El sexo es circunstancial, no la base de su relación.
No lo justifica, lo complementa. Es un tercer lenguaje, además del hablado y el
corporal. Un beso en la palma de la mano, un masaje en el nudillo, un soplido
en la nuca o la oreja, un juego de lenguas, un lengüeteo de pezón, un orgasmo
clitoral, y así, no tienen traducción convencional, lo sientes con quien te lo
hace sentir. Con quien halla tu frecuencia. Con quien sintoniza tu ritmo.
El viernes último, 17
de junio, que Perú jugó contra Colombia y perdió por penales, el padre de María
del Pilar, don Armando, invitó a sus hijas y sus respectivas familias a pasar todo
el fin de semana en su casa de campo en Cieneguilla. Guille dudó en ir, razones
de peso tenía. Esa misma semana de junio se inventó un par de clases más y
convenció a Jazmín de pasar unas horas en un discreto hotel boutique de
Barranco. Ni bien llegando, encontró en el estacionamiento subterráneo el auto
de su suegro, un ostentoso Jaguar XJ negro metálico imposible de confundir. Su
sonrisa maliciosa fue imposible de ocultar. Jazmín asumió que era por las
ajustadas pantalonetas negras que llevaba puestas. No preguntó. Pasadas unas
tres horas de agradecida gimnasia, bajaron al estacionamiento y el auto seguía
allí. ¡Qué faena del viejito!, dijo para sus adentros, divertido. Entretanto, ya en la terraza de la casona, repartiendo el incandescente carbón de la parrilla, lo miraba una y otra
vez, mientras se decidía o no en jugarle una broma. Una broma que solo ellos dos
entenderían. Y saz, se la soltó: -Don Armando, mientras pasaba por Barranco, hace
tres días, a eso de las diez de la noche, vi saliendo del estacionado del Hotel
XXXXXX a su auto. -¿Ah, sí? ¡Qué raro! El martes al medio día le presté el auto
a María del Pilar, porque se iba a reunir con sus amigas del colegio. ¿No te contó? El
chofer, al día siguiente, me lo regresó. Seguramente, te debes de haber confundido,
Guillermo. Pues no, Guille no se confundió. Aunque confundido está. No sabe
cómo encarar a María del Pilar. Culparla es culparse. Ya no sonríe como antes.
Ya no hace bromas como antes. Ya no sale con Jazmín, como antes. Como diría
Alfie: He does not have peace of mind.
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