Sandro es hijo de Sandra y Alejandro. Pero es hijo también de su fértil
y salvadora imaginación. Sandro es poeta, no porque componga obras poéticas.
No. Lo es porque está dotado de gracia poética. De memoria poética. De alma de Sísifo redimido. Su vida es su poesía. Es decir, la vida «suya», por él
concebida, no la que le ha tocado vivir. Cocinar a las seis de la mañana para
él y sus padres, vender autos en un Mall de Los Olivos, estudiar Administración
en la Universidad César Vallejo o llevar todos los viernes por la tarde a su
madre al quiropráctico es prosaico, no poético. Trabajar para no ahorrar, soñar
con el auto propio mientras se moviliza en colectivo, comprar ropa en temporada
de liquidación es también prosaico. Enamorarse sin esperanzas de las chicas de
su barrio, ver películas piratas los domingos por la tarde, cenar los sábados
en el chifa de su compañero de escuela es, si quieres, hasta deprimente. Sin
embargo, todas estas acciones denuncian orden, certeza, devenir. El mismo orden
del que precisan las palabras, que son pensamientos. Pensamientos que responden
a inhibiciones, necesidades, vacíos. Somos a partir de lo que no somos.
Su reino no es de este mundo. Su reino habita en su mente, de ochenta y
seis mil millones de neuronas y demás neurotransmisores y neuroconductores. Alejandro Sanz, en la letra de «Eso», lo explica cantando:
«Yo ya no te busco en los azules ni me enfrento a tempestades / ya no me
importa si me quisiste porque en mis sueños yo te tuve». Sandro, en
sus sueños, compone situaciones líricas como si de versos endecasílabos o alejandrinos
se tratara. Párrafos musicales de rima consonante y asonante. Líneas excepcionales con sinalefas,
diéresis y sinéresis en verso libre. De pequeño, descubrió el arcano, la piedra
de toque, que a tantos «iniciados» hizo perecer en la hoguera: trocar la
fantasía en realidad. Materializar los sueños. Aunque siempre dentro de la
mente. Tema aparte es que a algunas veces los deseos se desborden, abandonen el
mundo ideal (Topus Uranus) y se
vuelvan realidad. Jacques Lacan decía que lo malo de los sueños es que, cuando
los tienes, ya no los quieres. Le ha pasado. Ya no quiere que le vuelva a ocurrir.
Adentrarse en su mente facilitó el camino a penetrar la mente de otros.
Al principio, sin querer. Hoy, que puede, muy raramente. Duele ser otro –o estar dentro de
otro- aun manteniendo la propia identidad. Porque se enfrenta a demonios que no
son de uno. Porque se conduele con tragedias que no está autorizado a socorrer.
Porque contamina su energía a cambio de nada. Disfrazado de una apariencia
anodina, reina en su reino. Al entorno, sus circunstancias, su destino, no los quiere cambiar. Ni siquiera se lo ha propuesto.
Ha elegido la felicidad del ensimismamiento. Del sueño consciente. De su poesía
mental, sensorial, emocional. Da gusto verle pleno, mientras el mundo le juzga
infeliz, incompleto, incapaz, idiota y demás íes. Sandro ríe al último. Y en
efecto, ríe mejor. Bien lo supo el divino Víctor Hugo: «un poeta es un mundo encerrado en un hombre».
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