sábado, 19 de marzo de 2016

Déjà Vécu

Del francés «ya vivido», esta expresión no tan inusual en nuestra lengua manifiesta la cuasi certeza de experimentar un hecho por el que, tiempo atrás, ya pasamos. Y Julián -mi amigo- sabía que su cercanía a Tatiana terminaría tal y como comenzó su impremeditado acercamiento a Selene. Doy fe que antes, y ahora, los sucesos se fueron dando con una similitud que estremece. «¡Como si de pronto lo recordásemos!», en palabras de Charles Dickens (Personal History of David Copperfield). Permítanme entonces, contarles la historia de Julián. Está casado. Hace casi veinte años. Tiene dos hijos, Stefanía y Lorenzo. Luego de tener a Stefanía, dieciocho años atrás, conoció a Selene. Luego de tener a Lorenzo, cuatro años atrás, conoció a Tatiana. No es posible tipificarlo como adulterio. Nunca existió la voluntad de tal. Ni el deseo de tal. Jamás pretendió dañar a nadie, menos a su mujer, Irene. En cuanto a ellas, pienso que fue el encantamiento de vivir el tiempo con un hombre de mundo lo que las terminó arrastrando al centro del torbellino -que me perdone Julián, pero mujeres tan jóvenes y bellas no suelen fijarse en tipos comunes como él-. Llamémoslo, si se quiere, un hecho preterintencional. ¿Se mintió? Evidentemente. Por gustar. Por complacer. Por jugar. Por ir hilvanando una historia a la que creyeron tener derecho. Claro que se puede amar a más de una persona a la vez. Siempre que se esté dispuesto a pagar el precio. Tanto con Selene como con Tatiana, la diferencia de edad supera la década. Así también la experiencia de vida. Julián, con varios oficios en varios países de distintos idiomas. Ellas, chicas de su ciudad. Y cómo no, la concomitante ventaja patrimonial y el infranqueable bagaje cultural. Bien dicen que el enamoramiento, en mucho, es admiración. Y seguramente, un tanto de estupidez temporal, al decir de don Ortega y Gasset. Sin desmerecer su sentido del humor. Inglés, sarcástico, negro, pero humor al fin.

Irene nunca supo de lo de Selene. Aunque lo sospechó, que ingenua no es. Así también, era consciente que Julián lo negaría todo incluso en el lecho de muerte. ¿Para qué abrir una caja de Pandora y despertar demonios? Hay puertas que nunca se deben de abrir. Y sí, es mejor no saber. Y sé que lo negaría por ella, no por él. No podría perdonarse el verla sufrir, envenenarse en el rencor, sangrar del orgullo, despedazar su autoestima. A pesar que ambas relaciones –una sola habría justificado su existencia- sacaron lo mejor de sí y vaya que se entregó por completo –solo en este par de veces lo he visto tan pletórico, tan feliz, tan completo-, tenía claro que su hogar era donde Irene y sus hijos. Para un agnóstico confeso, esta es una de sus pocas certezas. Para Adán, el paraíso era donde estaba Eva, como bien lo sabía Mark Twain.


La poética belleza de su breve relación con Selene le hizo prometer, al término de la misma, que no volvería a involucrarse con otra mujer. Huyó de ella. No fue capaz de afrontarla, de despedirse, de mirarla al hablar. Y ella, luego de algunos años, lo entendió. No fue necesario perdonarlo. Su amor la blindó del rencor. Hoy, enamorado de Tatiana, se repiten los diálogos de intimidad. Las bromas con mensajes entrelineados. Las miradas cómplices que brillan, dilatan la pupila y bajan la vista. Los almuerzos en restaurantes caros que no deberían terminar. Las pieles que exigen reconocerse. Los alientos que insisten en mezclarse. Los abrazos que sueñan con fusionar sus cuerpos. Las sístoles y diástoles que marchan al unísono. Irene, convencido estoy, no lo notará. Julián no ha cambiado con ella, tampoco cambiará. Pero sí será otro por y para Tatiana. El amor nos mejora. ¿Quiénes somos nosotros, de vidas conservadoras, para arruinarles su felicidad? Ha venido donde mí por consejo. Una vez más. Y una vez más, con sana envidia, le he dicho que es admirable lo que le pasa. Porque por un capricho del espacio-tiempo, es de esos elegidos que pueden ser tres, sin dejar de ser uno. Alguien de quien contar una historia, que puede sonar a historia, pero no lo es.   

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