miércoles, 12 de agosto de 2015

Maldita belleza

Dice Umberto Eco en la Introducción de su hermoso libro, Historia de la Belleza que: “«Bello» –al igual que «gracioso» es un adjetivo que utilizamos a menudo para calificar una cosa que nos gusta. En este sentido, parece que ser bello equivale a ser bueno y, de hecho, en distintas épocas históricas se ha establecido un estrecho vínculo entre lo Bello y lo Bueno. Pero si juzgamos a partir de nuestra experiencia cotidiana, tendemos a considerar bueno aquello que no solo nos gusta, sino que además querríamos poseer”. Tanto es así -prosigue el autor en otro capítulo-, que cuenta Hesíodo que, en las bodas de Cadmos y Armonía celebradas en Tebas, las Musas cantaron en honor de los novios estos versos coreados inmediatamente por los presentes: «El que es bello es amado, el que no es bello no es amado».


No hace mucho, por cuestiones propias del trabajo, participé en las reuniones comerciales y de marketing previas a la presentación del nuevo modelo de la camioneta pick up, la esperada Toyota Hilux 2015. Para ello, se decidió contratar a un grupo no pequeño de anfitrionas locales que le dieran cierto glamour al evento. Conocedores de mi formación en selección de personal, me pidieron que conversara con todas ellas a fin de elegir a las más aptas para el puesto. Aunque acepté con gesto enjuto, un carnaval brasileño ya se vivía en mi interior. Ese rato cómo amé a mi trabajo. De haberlo pensado mejor, seguro que recordaba –como ahora- al psicoanalista francés Jacques Lacan: «lo malo de los sueños, es que cuando los tienes, ya no los quieres».


Y esa mañana, luego del café y el croissant, me tomé unos quince minutos para intentar conversar con cada una de ellas. Muy lindas todas. Debidamente «producidas» por hábiles estilistas de confundida sexualidad. Pieles frescas almibaradas con perfumes de reminiscencia cítrica y estío floral. Orgullosamente «culiparadas», con el sudor de su frente, sepa usted. Hasta lucían impolutas -me había atrevido a afirmar-, pero su evidente seniority sexual –que no cuestiono- desdecía ipso facto mi envejecido adjetivo. Vaya que tuve la mejor predisposición de escucharlas, pero me fui imposible. O quizá deba decir, inviable. Esbeltas anatomías de escasa inteligencia y retardada madurez. Y sí, la culpa también es nuestra. Vencidos hace un buen tempo por la frivolidad, el consumismo y la satisfacción inmediata, como sociedad, hemos privilegiado a las más agraciadas para comprarles su juventud a cambio de migas y devorarlas de a pocos en un amoral festín lascivo digno de las 120 Jornadas de Sodoma, del Marquis de Sade. Expuestas sin atollo en foros mediáticos, asumen que mantendrán por siempre las carnes firmes. Que si toca un selfie, este debe privilegiar sus trabajadas nalgas.


Llegado el almuerzo, y el final de las entrevistas, me excusé como pude y preferí salir a buscarme una hamburguesa doble y una Coca Cola helada. Aún aturdido, quería ser todo menos algo que remotamente me recordara a ellas. Mientras esperaba en una mesa la llegada de mi pedido, de la mochila saqué un viejo poemario del Siglo de Oro español. No me fue difícil llegar a don Luis de Góngora y Argote. El soneto dedicado a la rosa fue la bocanada de aire que me exigía el espíritu. 

Ayer naciste y morirás mañana.
Para tan breve ser, ¿quién te dio vida?
¿Para vivir tan poco estás lucida,
y para no ser nada estás lozana?
Si te engañó su hermosura vana,
bien presto la verás desvanecida,
porque en tu hermosura está escondida
la ocasión de morir muerte temprana.
Cuando te corte la robusta mano,
ley de la agricultura permitida,
grosero aliento acabará tu suerte.

No salgas, que te aguarda algún tirano;
dilata tu nacer para tu vida,
que anticipas tu ser para tu muerte.

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