viernes, 18 de abril de 2014

En el nombre de Gabriel, de García y del Márquez… Amén


e634788601a56e561c6a78d21e055d19«No me lloren en abril», por los acontecimientos recientes, bien podría ser el título de una novela. Abril (Aprilis en latín, April en inglés) es además, nombre de mujer, de musa, de princesa. Aunque también es apellido (Victoria y Xavier Abril se me vienen a la mente). Abril es el mes predilecto de los novios para casarse (yo me casé un 30 de abril). Y de los genios, para morirse. Jesús de Nazaret murió un viernes de abril. Y el Profeta Mahoma nació en este mismo mes del año. Segundo en el calendario, hasta que al rey romano Numa Pompilio se le ocurrió adicionar enero y febrero. Como canta Víctor Manuel, «primavera es cuando llega abril», allá en el hemisferio norte. También te pueden robar el mes de abril. Al menos, eso confiesa haber sufrido el siempre querido Joaquín Sabina.


GABO_NOBEL-30-AÑOS
Pocos son los elegidos para decidir el tiempo de su muerte. O tal vez sea más propio decir, «dejar de vivir». Porque los genios no mueren, los sobrevive su obra. Tal es el caso de Gabriel José de la Concordia García Márquez, el Gabo, cuya obra es de lo mejor que se ha escrito en español y para mi fortuna, una de las que mejor conozco, también –tengo en casa unos 14 libros suyos, todos leídos, hay que agregar-. Seguramente esperó el mes de abril para dejar de vivir. Fueron 87 años de una vida generosa en homenajes, caricias, admiración, gloria.

gabo_oct20Mi historia con su obra se inició en mi adolescencia. Un compañero de clase me recomendó Cien años de Soledad, aunque como lectura pornográfica –vaya que éramos inocentes en ese tiempo-. Por fortuna, mi padre la tenía en su biblioteca, en una esmerada edición de Oveja Negra. Acababa de terminar la anónima Memorias de una Pulga, y todo título del mismo género era más que bienvenido. Sin embargo, Macondo terminó siendo una revelación cuasi religiosa. Un mundo dentro de otro mundo. Un lugar en Colombia donde alguna vez vivió Remedios la Bella, quien como la Virgen María y el Profeta Elías, en cuerpo y alma, casta y pura, voló a los Cielos. Un pueblo donde los hijos incestuosos nacían con cola de chancho. Un lugar de paso de gitanos, alquimistas y empresarios europeos. Una cuna de próceres y revolucionarios. Un linaje de Buendías y pescaditos de oro. Una novela total, escrita en el México de su admirado Rulfo –Pedro Páramo redefinió su forma de escribir-. Luego vendría El Amor en los Tiempos del Cólera. Ciertamente, mi favorita. Tanto, que regalé a cierta mujer que amé mi primera edición. Ya en la universidad, mi hermano Félix Aquije me regaló en sendos cumpleaños La aventura de Miguel Littín clandestino en Chile, y El Amor en los Tiempos del Cólera. Lo que me llevó a adquirir, con los años y en diferentes ciudades, Crónica de una muerte anunciada, De viaje por los países socialistas, La Hojarasca, El coronel no tiene quién le escriba, El otoño del patriarca, El general en su laberinto, Noticia de un secuestro, Doce cuentos peregrinos, La Bendita Manía de Contar (taller para escribir guiones), Vivir para contarla (la primera parte de sus memorias), Of love and other demons y finalmente, Memoria de mis putas tristes (en homenaje a ese otro Nobel, Yasunari Kawabata). Por fortuna, me faltan algunos otros títulos para seguir deleitándome con su prosa, tan colombiana por cierto. Y releerlo cada cierto tiempo, qué duda cabe.

13670gabo1Son incontables la cantidad de personas que dicen haberlo leído, y no lo han hecho. No los reprocho. A nadie le gusta pasar por ignorante o iletrado –que no es lo mismo-. Es más, en los concursos de belleza –al menos en Perú-, todas las misses dicen tener como sus escritores favoritos al Gabo y Mario Vargas Llosa-, pero sus subsecuentes respuestas delatan sus carencias y su sweet lie. Ahora que ya no está, hagamos votos para que no olviden. Para que a través de su lectura, reviva en nuestra memoria. En Vivir para contarla manifestaba su temor atávico a sucumbir ante los tormentos de la memoria. Quizá por eso, al final, la fue perdiendo. No obstante, esa memoria colectiva –amplificada por la globalización y las redes sociales-, emparentada por un capricho de la mente a José Arcadio Buendía, Rebeca Montiel, Fermina Daza, Florentino Ariza, la Mamá Grande, Sierva María de todos los Ángeles, Úrsula Iguarán, Esteban, el ahogado más hermoso del mundo, Graciela Jaraiz de la Vera, Nena Daconte, Remedios la Bella; ha hecho de sus millones de lectores, de alguna forma, también su parentela. Por eso, abril es muerte, pero también resurrección.


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