lunes, 24 de marzo de 2014

El aborto no es solo muerte

 

El-beso-de-la-muerteSiempre he creído que la vida se aferra a la vida. O como tan elegantemente sentenciara el biólogo francés, Jacques-Lucien Monod, «el sueño de toda célula es ser dos células». La muerte está asociada a ese sentimiento trágico de dejar de vivir, de perderlo todo, de no ser ni estar. De ahí que, en la postrera hora, no sé qué tanto puedan ayudar el desprendimiento budista o la fe en el Cielo cristiano. De ahí que, el crimen mayor, sea arrebatarle la vida a un ser viviente, nato o nonato. No matarás (אל תהרוג, en hebreo) ordena la Ley de Dios. De ahí que, sea tan comprensible la indignación y el rechazo de los que están en contra del aborto, en cualquiera de sus atenuantes.

imagesSin embargo, creo también que la discusión está mal planteada. Apoyar la despenalización del aborto terapéutico (cuando la vida de la madre corre peligro) o ético (producto de una violación) o eugenésico (cuando el feto tiene malformaciones congénitas o retraso mental) no lleva como principal móvil la muerte del nonato, aunque esta sea la consecuencia ulterior. No es una posición tanática. Entiendo, por los testimonios de quienes reclaman una despenalización, que son conscientes del gran sufrimiento de la madre, del trauma sicológico que involucra detener un embarazo que no se quiere continuar. Y pese a ello, eligen abortar, porque se juegan la vida en ello. ¿Hay un registro pormenorizado de todas las adolescentes que son torturadas, sino muertas, por sus familiares al descubrir su embarazo? ¿La sociedad ha sido capaz de lidiar con la cantidad de niños abandonados a su suerte, por sus propios padres? ¿Se justifica una vida llena de odio, del padre al hijo, por el sacrificio de una madre para dar a luz? ¿Hemos hecho lo necesario para ofrecer una calidad de vida a ese más de 30% de la población que vive en pobreza y que vive con menos de un dólar al día? La casuística es abundante.

abortoEntonces, no es un debate entre los que defienden la vida, por un lado, y los que defienden la muerte, por el otro. Ambos bandos defienden la vida. Ciertamente, los argumentos de los primeros son incuestionables, ¿quiénes somos nosotros para disponer de la vida de un indefenso? Pero detengámonos un instante a tratar de entender la posición de los políticamente incorrectos. Con o sin ley penal, los abortos se seguirán dando. Despenalizándose, el Estado estará en condiciones de ofrecer mínimas garantías de salubridad a aquellas que decidan hacerlo –condénalas a nivel ético, si eso te da tranquilidad espiritual, pero no permitas que sigan muriendo tan impunemente-. Dejará de ser clandestino. Dejará de ser un negocio vil. Cada día, personas sin escrúpulos practican el aborto con sangrados o golpes, matando en muchos casos a la madre y al producto; lucrando de ello. Cada día, miles de mujeres son expulsadas de sus casas por la lógica consecuencia de no usar condón u otro método anticonceptivo. Aceptémoslo, el impulso sexual está en nuestra naturaleza, y no hay convento o voto célibe que lo detenga. Si hasta la nobleza eclesiástica no es capaz de controlar su prurito genital (se me vienen a la mente Marcial Maciel y German Doig, de la Legión de Cristo y el Sodalicio de Vida Cristiana, respectivamente), qué podemos esperar de adolescentes con un bajísimo nivel cultural e inexistente educación sexual. ¿Paternalismo? Vaya que sí. Vivimos en el continente más desigual del mundo, y no es posible juzgar a todos por igual. Dejemos el maniqueísmo en casa y hagamos el ejercicio de entender a los otros. Puede que también tengan razón.

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