martes, 9 de julio de 2013

El Señor de las Ladillas

 

blog_images_1345473281-el-galan-de-oroMarcial es mi amigo. Años atrás, fue mi hermano. No es que uno renuncie a la consanguineidad así porque sí. Es que la hermandad del alma exige cierta periodicidad, que ambos, hemos dejado de ejercer, aunque el afecto se mantenga intacto. Por mi parte, existe también una gran deuda. En el umbral de los 90, Marcial nos introdujo a un mundo restringido por el origen. El de los señoritos, o los “mi reyes”, como les dicen en México. El de Miguel Dasso y alrededores. El de La Planicie y cercanías. El de Totoritas y chapuzones. Chicas nice, tontitas aunque rubilindas y culiparadas. Muebles de cuero, jarras de plata, sábanas de seda. Licores nobles, póker y cocaine.

surferEmpezando el tercer año de Derecho, en el local de la Av. Javier Prado, en San Isidro, me lo presentaron. Aunque mío fue el interés inicial de conocerle. Una querida amiga, también de la facultad, había sucumbido a sus encantos, recibido su primer beso, y antes de cumplir su sueño de celebrar un mes de enamorados, había terminado con el corazón fracturado. De alguna forma, quería vengarle el honor. –¿Quién es Marcial Villanova? Le pregunté a Félix. Amigo de ambos, uno frente al otro, nos puso un buen lunes de abril. A simple vista, unos doce centímetros más alto que yo. Claro el pelo, los ojos, la piel. Contagiosa sonrisa y estridente risa. Corredor de tabla hawaiana y autos de carrera. Pingaloca in extremis y noble y franco como solo él. Ni bien pasaron unos diez minutos de conversación, introdujo sus manos a la pelvis para rascarse con la mayor naturalidad, y en una rápida maniobra, sacó un par de insectos amarillos (Pthirus pubis), que trituró ante nuestro asombro. -Son ladillas, nos confesó. Me las contagiaron en el chongo de Pacasmayo, durante las vacaciones de verano.

la-douleurAl cabo de unos meses, ya había exterminado a todas ellas, y con franca pena, admitía extrañarlas. Así de raro es él. Y especial, también. Para entonces, ya éramos como hermanos. Coleccionista de libros de Derecho y Ciencias Políticas, los que veneraba y olía con regularidad. Coleccionista de mujeres, a las que rendía y dirigía de vez en vez. “Bésame el pecho” fue su frase mágica, iniciática. Y así, poco a poco, iban bajando, hasta culminar en un profundo y profuso fellatio, felación, blow job, coito per os, o como ustedes quieran llamarlo (la imagen que aparece, es una pintura de Picasso, que el MET se niega a exponer). Pasada una semana, veíamos una nueva fan esperándolo fuera de clases, y a él, escabullirse por la ventana para no verla más. Pocos no fueron los abortos de aquellas, ilusas, que imaginaron atarlo con un embarazo. Caían en la trampa del “buen partido”, del que siempre sacó provecho, y no lo culpo. No respetó color, tamaño, edad, contextura, peso o nacionalidad. Y claro, lo que querían era precisamente eso, que les faltaran el respeto. En el hotel Sans Souci a pocas cuadras de la Facultad. Dentro de su camioneta blanca, en los alrededores del Parque Castilla, en Lince. Tumbados en la alfombra de su departamento, por Víctor Maurtua, en San Isidro. Cobijados en sus propios autos (de ellas, se entiende), frente a la discoteca de su padre, en la playa de La Herradura, en Chorrillos. Y así.

credo-nel-matrimonio1A pocos meses de cumplir cuarenta, se acaba de casar con una buena mujer, madre divorciada. Imagino que mucho ha tenido que ver su larga convivencia con la soledad. También es verdad, que después de haber saboreado los diferentes fluidos de cientos de mujeres, todo le sepa igual. La piel exige reconocer una textura, un sabor, una profundidad. El oído quiere distinguir una voz, no un coro informe. La mente pide construir una memoria, un recuerdo, una historia que parezca no tener fin. No pude estar en su boda, a pesar que me buscó con la mirada dentro de la multitud. Y por sus fotos en el Facebook, de su luna de miel, puedo afirmar que está bien, contengo, arropado y consentido. Su sonrisa diagonal me cuenta que ya no extraña a las ladillas que recogió en Pacasmayo. Ya no habrán más ladillas en tu vida, Marcial querido. Hoy, toda tu sangre, es contigo.

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