martes, 9 de abril de 2013

Keane en Lima

 

IMGLima, miércoles, 3 de abril. 12.15 pm. Comunicación vía Skype:

-Vladi, ¿qué planes para este viernes por la noche?

-No sé, Igor. Voy a tener que preguntarle a Alena. Ya sabes, con los enanos, nunca se sabe.

-Te invito al concierto de Keane. Han hecho un sorteo en el Canal, y me he ganado dos entradas.

-¿En serio? Pucha, no sé cómo hago, pero de todas maneras estoy ahí. Gracias.

thNo recuerdo la última vez que estuve en un concierto de pie –y vaya que a varios he ido-, pero un día, años atrás, decidí dejarlos pasar, y sólo asistir a aquellos que me aseguraran un asiento cómodo y la posibilidad de marcharme, sin tropezar con nadie, cuando así lo decidiera. Pero esta, era una excepción que ponía a prueba la regla –exceptio probat regulam, dirían los latinos-. Keane es un grupo inglés de rock alternativo que, conscientemente, recién conocí el año pasado, mientras escuchaba un CD (formato MP3) grabado por mi hermano Fidel, en el estéreo de mi SUV. Somewhere only we know (del disco Hopes and Fears) fue una canción que me atrapó desde el primer momento, pero por desgracia, desconocía quién la cantaba y peor aún, cómo se llamaba. Hasta que un buen día, mientras manejaba, muy de mañana, con rumbo al trabajo, leí en la pantalla la información que por largo tiempo me fue esquiva. No exagero si la repetí unas ocho veces, tratando de entender lo más posible, la letra. Ya en casa, por la noche, me hice de la letra y a la vez que la repasaba, cantaba al son del vídeo oficial, almacenado en ese universo ilimitado que es Youtube.

Somewhere only we know
La banda ofreció empezar a tocar a las 21 horas, y fieles al mejor estilo inglés, así mismo fue. Ni un minuto más, ni un minuto menos, o’clock. El lugar de encuentro fue un descampado del Parque de la Exposición, en el Cercado de Lima, al costado del novísimo Museo Metropolitano. Siete mil personas, muy jóvenes la mayoría, saltaron, vibraron, corearon, cantaron y se emocionaron con una hora y media de concierto. Conviene señalar que una hora antes, el grupo peruano Space B los había teloneado por media hora, aunque con poco éxito. Daba gusto ver una multitud escapándose de su rutina, de sus diarias circunstancias y conectarse emocionalmente con un flaco Tom Chaplin, vocalista del grupo. Primero en un mascado español –vamos, estamos en Sudamérica-, y luego en un suelto inglés, con marcado British accent. Me sorprendió la fluidez con el inglés de los más de los jóvenes. Y más turulato quedé, casi casi, con cara de culo de gallina (Sartre dixit) cuando miles de voces, cantaban (sí, palabra por palabra) junto a Keane la canción que más pegó en las radios de Lima. En efecto, Somewhere only we know. Como bien recordó el vocalista, Lima fue la primera ciudad en el mundo (luego de Londres) donde su música fue tocada en las radios. Y esta, era la primera vez, y ojalá no la última, que pisaban suelo peruano. Generosos como somos, en la primera media hora alguien del público le arrojó una bandera peruana y un chullo (especie de sombrero local), con los que se arropó durante gran parte del show, de su gira Strangeland. Su repertorio abarcó sus cuatro discos. Luego de la voz, el teclado de Tim Rice-Oxley riñó por el protagonismo, y por ratos, lo tuvo.

descargaLo disfruté mucho, pero hoy más que ayer, me aferro a mi convenida regla. Estar de pie cinco horas ininterrumpidas, a mis treinta y ocho, es dolor de pies y espalda garantizado. Por otro lado, un par de duras tetas es algo que quieres tocar con las manos, no con la espalda, y por lo menos, ver la cara de quien son, no vaya a ser que te lleves la mayor sorpresa de tu vida. Asimismo, tener al frente cabezones y patilargos limitan en mucho la diversión y la vista. Y finalmente, es terrible cuando, previendo una marea humana, te retiras antes del final y todos los taxis que detienes te dicen que no van para donde tú vives. Entonces, ¿para qué diablos son taxistas? A mi hermano Igor y a mí no nos quedó otra que caminar algunas cuadras con dirección al Ministerio de la Fuerza Aérea, próximo a la Av. Brasil. Poca no fue nuestra sorpresa, al pasar por el iluminado y colorido hostal que queda al frente, y cruzarnos con más de una agraciada puta (yo diría unas ocho o nueve), que con miradas lascivas y sonrisas torcidas, nos invitaban a visitar sus más oscuros abismos, y seguramente más, mucho más. No por nada, se afirma que las putas son muy baratas, para todo lo que te dan a cambio de unas monedas. Pero eran ya las veintitrés horas, y en casa nos esperaban. Memorable experiencia, que a mi edad, no repetiría.

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