lunes, 14 de enero de 2013

El tráfico vehicular de Lima

 

50902e1e4882d.imageQuizá el lugar común, más común, entre los limeños, es afirmar que quien maneja en Lima, puede conducir en cualquier parte del mundo. Y te lo dicen con un desenfadado orgullo, que hay que ver. Yo también así lo creí por años, hasta que en tiempos de la diáspora de los 90, me fui a vivir a California. Saqué la licencia de conducir (un privilegio y no un derecho, que cuidó en distinguir la gringa de la oficina del DMV que me tomó el examen de manejo), compré mi primer auto, un Buick Regal dorado de dos puertas, y en el primer año, ya había acumulado 4 infracciones. En todos los casos, tuve que ir a Corte para declararme guilty y así, reducir la multa. Solo en la primera ocasión se me permitió ir a la Escuela de Manejo, eliminándoseme la primera infracción. Aunque la experiencia fue todo menos que gratificante, me sirvió para entender de primera mano su ordenado, impecable y sumario sistema de justicia. Y claro, reaprender a manejar, usando el verbo que tanto le gusta al gurú Peter Senge.

196186Aún tendría un record de manejo limpio en Estados Unidos, de haber aprendido a manejar bien, y no al estilo limeño. El tráfico vehicular en Lima es la fuente de nuestros mayores males: muertes casi a diario, pérdida de tiempo, choques y peleas, embotellamientos, contaminación, corrupción policial, delincuencia, estrés, y paro de contar. Por desgracia, los protagonistas somos todos, sector público y privado. No hace mucho, mientras trataba de avanzar por el Óvalo dedicado al héroe de Arica, Francisco Bolognesi, un bus lleno de pasajeros se salió de la pista y se trepó dentro del óvalo, cruzándolo diametralmente por el centro, casi rozando la base del monumento, dejando estupefactos a muchos. Porque los otros, buses de pasajeros también, siguieron su mal ejemplo. También me ha tocado ver a patrulleros pasarse la luz roja, hacer caso omiso a las señales de tránsito, olvidarse de usar las luces direccionales y cosas así, con absoluta desfachatez. Otra deleznable costumbre es pegarse al lado derecho para voltear a la izquierda. O pararse en el carril izquierdo a comprar periódico o una gaseosa a los muchos ambulantes que cruzan como suicidas las calles, importándoles un carajo la línea de autos que dejan detrás. El uso hasta diabólico del claxon, a ver quién lo hace sonar más veces. El invadir el carril contrario en las vías de doble sentido si sentimos que los autos de adelante van muy lento. Incluso el anterior presidente de la República, Alán García Pérez, el día que dejó Palacio de Gobierno por concluir su mandato, manejó su camioneta contra el tráfico –está vez sí fue detenido por un policía, que solo lo amonestó verbalmente cuando lo propio era ponerle una multa–. Acelerar cuando un peatón tiene la insolencia de cruzar la esquina antes que nosotros es una de las cosas que más aborrezco. Aunque juntarse de a cinco o seis para avanzar en una intersección con semáforo malogrado –nada raro en nuestras calles- no se queda atrás.     

1342221123782Es prístino el recuerdo de la primera vez que me enfrenté a un semáforo apagado en una calle californiana. Uno a uno, guiados por la fuerza de la costumbre, los conductores avanzaban, respetando el turno del siguiente, y así. Si algo es desarrollo, es eso. O la vez, cruzando a pie una calle de ese hermoso pueblito bautizado como Gramado, al sur de Brasil, donde siempre le dan preferencia al peatón. Caminar por Uruguay también me dejó esa buena impresión. Chile es otro buen ejemplo de conducir con corrección, aunque en Santiago el tráfico no fluye como debiera, y no me sorprendería que dentro de no mucho, las líneas de carros en espera de avanzar midan kilómetros, como me tocó sufrir el año pasado en Moscú.

quejarse-2A pesar de los constantes reproches de mi mujer cuando me escucha putear a la fauna bípeda que conduce en Lima, tengo que admitir que a la larga, es una suerte de catarsis que a diario limpia mi alma, porque luego del quinto adjetivo, empiezo a reír a carcajadas. Es que no se puede ser tan bestia. Pero sí, en Lima, sí se puede. No recuerdo un solo día en que no haya presenciado una brutalidad al volante. Y la verdad, ya perdí las esperanzas. Por fortuna, el trabajo me queda cerca, y el colegio de mi hijo está a menos de un kilómetro. Y San Miguel, donde vivo, parece como estar a la mitad de camino de todo. Pero para el resto de limeños, ocho millones, la historia es de terror. Asi que ya sabes, si un paisano mío te dice que quien maneja en Lima está capacitado para manejar en cualquier lugar del mundo, estás en todo tu derecho a cagarte de risa. Si lo sabré yo. 

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