martes, 29 de marzo de 2011

Héroes postmodernos

 

heroe-¡Los héroes han muerto! -gritó, entre ensordecedores vítores, un viejo político de dudosa militancia partidaria. El tremendo ruido me produjo un gran sobresalto, arrancándome aparatosamente de un sueño que ya no pude recordar. Apagué el televisor y me quedé pensando en la frase. La mera verdad, yo no estaría tan seguro de tamaña afirmación. ¿Por qué? Es que conozco a uno, anónimo y amigo, y sin duda alguna, muchos de ustedes también conocen a alguno que otro. Y es que un héroe, en términos mundanos y actuales, es toda persona ilustre por sus virtudes. Y la virtud, no es más que la disposición constante del alma para las acciones conforme a la ley moral. Esta es su historia.

 

manosValentín -sin entenderlo entonces- amó a Angelina ni bien se cruzaron sus tímidas miradas, una lluviosa noche de noviembre, en un solitario café del norte de California. Y ella no le fue indiferente. Amiga de sus amigos, arribaba recién a los United desde su natal Buenos Aires. Antes que un impulso sexual (ella se le hacía, la mujer más hermosa que había visto en su vida), lo que los atrajo indefectiblemente fue un raro presentimiento de saberse conocidos, cual Déjà vu, aunque, con la absoluta certeza, de ser ésa la primera vez que se veían (ella nunca había estado en el Perú, y él, nunca había visitado la Argentina). Y se propusieron ser amigos, y lo fueron… los mejores. Él, se reinventó, volviéndose en un mejor ser humano, para siempre encantarla y no aburrirla nunca. Y ella, se volvió también en una mejor persona, siguiendo su ejemplo y atesorando todas esas enseñanzas que él le regalaba cada vez que se veían. Fueron siete meses de felicidad inmensa, de complementarse. Y cuando no, de miradas cómplices, de casuales rozamientos de manos, de abrazos prolongados, de sentidos besos en la mejilla, de sueños compartidos y de promesas que no terminaban de decirse. Se reconocieron ante la desnudez de los nombres y la prescindencia de las circunstancias, y entendieron que solo serían felices, si él era para ella, y ella, para él. Sin embargo, en la siempre nublada Lima, esperaban a Valentín, como Penélope y Telémaco, María Pía y Étienne, su esposa e hijo, respectivamente. Terminada su maestría en Berkeley, debía de volver a donde pertenecía, y dejar de lado todo aquello que pudiera retenerle. Era su deber, como esposo y como padre, aunque todo su ser le exigiera que se quedara, que rehiciera su vida con ella. Recién ahí, comprendió que las viejas novelas de amor no mentían. Un fortísimo dolor en el corazón, producto del estrés por la separación, se apoderó de su pecho. Persistente dolencia que le acompañaría por muchos años más. La idea de separarse de ella, de no volver a verla más, lo atormentaba profundamente.

 

adiosNo son fáciles las despedidas. Peor aún, cuando no te quieres ir y no quieren que te vayas. La citó en el mismo café donde se vieron la primera vez, y al levantarse del buth para recibirla, impasibles, empezaron a correr lágrimas de sus ojos. Angelina lo entendió todo al instante. Era el final, aunque los finales no existan. Ella habría querido arroparlo en su regazo, besar cada milímetro de su rostro, amarlo con la intensidad del condenado que espera la muerte al alba, porque al separarse, algo en ambos moriría. Se tomaron de las manos y no pararon de prometerse ser felices en una vida mejor, donde él no tuviera impedimentos, y ella, contara con la suficiente fortaleza y madurez de espíritu para apostar por esta imposible relación. Y sus labios se buscaron, precisaban fundirse, ser uno… pero a escasos milímetros, Valentín, temblando, bajó la cabeza. Quería mantenerla siempre así, inefable, inalcanzable, perfecta. Y así mismo fue. Habría sido tan fácil llevarla a su departamento y consumar sus sendos deseos de devorarse una y otra vez… ¿Y después, qué? Su padre le instruyó a hacerse siempre esta pregunta, porque él, sí que tuvo que pagar las consecuencias de seguir sus impulsos, y luego, arrepentirse, para un malhadado día, sucumbir ante los tormentos de la memoria.

 

recuerdoNo hubo día que no la recordara, y al hacerlo, en soledad, sonreía de felicidad. María Pía lo miraba desde lejos, pero no lo entendía, de hecho, nunca lo entendió. Y no hubo vez, en los varios viajes de trabajo que hizo a la Argentina, que no la buscara en todos los rostros femeninos que al azar se le cruzaban, mientras recorría las “parisinas” calles de la Capital Federal, pero ninguna lo enamoraba. Y fueron pasando los años, y en la apasionada reconciliación de un pleito absurdo con María Pía, la vida les regaló a Isabeau, una hermosa niña que copiara -ironía de la vida- el color y la forma de los ojos y el cabello de ella. María Pía nunca se pudo explicar el inmenso amor que Valentín desarrolló por su menor hija. Y los celos empezaron a amargar la relación, y a deteriorarla. Vive Dios que Valentín trató hasta lo indecible para mantener a flote un bote que estaba condenado al naufragio. Y llegó la separación convencional y luego, el divorcio. Dejó todas las propiedades a nombre de María Pía y de sus dos hijos. Acordó una generosa pensión de alimentos, le otorgó la tenencia de los menores y cambió de trabajo. Dejó la gerencia de Recursos Humanos de una pujante empresa y empezó con dos amigos su propia Consultora, que hoy, es una de las mejores rankeadas en la región.

 

san martinoA finales del 2010, invitado por su hermana Isabela, a pasar la Navidad en Barcelona, aprovechó para hacer escala previa en Italia y visitar la toscana ciudad de Lucca. No entendía muy bien por qué iba allí, pero debía de ser así. En un sueño recurrente, su difunto padre, don Rafael (RIP), le pedía insistentemente que fuera a recoger un importante recado al pueblo de Lucca. Se lo había prometido. Y mientras fotografiaba el detalle de los arcos del Duomo di San Martino, parada frente a él, estaba ella, petrificada por la sorpresa de verle, más gordo, más barbudo, más maduro, pero al fin, él. Sí, era ella, Angelina, más hermosa que siempre. Y a esas horas, un sol ibérico la rodeaba con un halo dorado, que parecía hacerla flotar, como la Remedios del Gabo, en Cien años de soledad. Habían pasado casi 15 años desde la vez que se despidieron, en un Dennys de Palo Alto, en California. Y ahora, por fin, nada se interponía entre ellos. Luego de consumar su amor en la tierra de los Montesco y los Capuleto, se mudaron a un lindo barrio de Córdoba, Argentina, donde también viven los padres de ella. Hoy por hoy, planean aumentar la familia, comprar un mastín español, y no esperarse a una segunda vida para ser felices. Mientras tanto, vía telefónica, Valentín me terminaba de contar sus planes, escuchándose desde el fondo la canción “Hasta Cuándo”, de Alejandro Sanz. Creo que es también su historia. No sé lo que piensen ustedes, pero su vida ejemplar, su terquedad para cumplir las promesas hechas en sueños, y el anteponer antes que todo el deber, lo hacen para mí, un héroe moderno. Las guerras más difíciles son aquellas que se luchan contra nosotros mismos y nuestras circunstancias. Si lo sabrá Valentín.

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