domingo, 3 de mayo de 2009

Old habits die hard

0000002441_350 Ya tiene sus años la segunda versión de la película Alfie (noviembre de 2004), protagonizada por Jude Law, un womanizer que aprende a la mala que todo lo que se hace en esta vida, tarde o temprano, se paga. El estupendo soundtrack del filme, Viejas costumbres difícilmente mueren (Old habits die hard en inglés), compuesta por los geniales y siempre vigentes Mick Jagger y Dave Stewart, así lo deja entrever. Admitámoslo, es tremendamente complicado dejar viejas costumbres. El proceso no siempre es indoloro, ni tampoco garantiza un buen resultado final. Y esta situación la podemos identificar en todos los aspectos de nuestras vidas. Los hábitos nos hacen, nos moldean, nos individualizan. De hecho, se podrán encontrar más de dos personas con idénticas huellas dactilares, pero con los mismos hábitos… lo dudo mucho. Mafalda, irónica como siempre, zanja el tema de esta manera: «dicen que el hombre es un animal de costumbres, más bien de costumbre el hombres es un animal».
Y_Nos_Dieron_Las_Diez_Y_Otras_Grandes_Rancheras--FrontalJusto ayer noche, una vez más, lo comprobé. Decidimos juntarnos los amigos del Máster para completar un trabajo de Finanzas, de 6 a 8 de la noche, y luego, terminarla con una parrillada. La calidad de la misma estaba garantizada, Luis Tanaka, el esposo de Uchi Izquierdo se encargaría de las brasas y de su agradecido efecto calorífico sobre las rojas carnes con grasa intramuscular. Un maestro parrillero, en todo el sentido de la palabra. Como es lo normal, le avisé telefónicamente a mi esposa, Alena, que llegaría a eso de las once de la noche a más tardar. Y así se proyectaba la cosa, porque a eso de las once y media, sólo quedamos en la terraza, brindando con una variedad de tintos, Uchi, Luis, Sid Ktf y yo. Jessica, Carlo, Angello y Lucho prefirieron partir a sus respectivas casas. Hasta ahí, todo bien, pero como dice la canción de Sabina con la Dúrcal (RIP), «y nos dieron las diez y las once, las doce, la una, las dos y las tres…». Hasta que, en efecto, nos dieron las seis de la mañana. ¿De qué tanto hablamos? De todo, he de decir. No todos los días se desnuda el alma, y cuando toca, o se hace bien, o no se hace. Pero sobre todo, volví a tener veintipocos años, volví a sentarme en corro con los amigos, como cuando otrora, en la sala de la casa de mi madre, o en la azotea de la casa de Kenneth Yohann, o la sala de la casa de los papás de Félix Aquije, o en el depa de Manolito Vidaurre, o en la casa de Cata, la hermana de Abelito Cárdenas… o en tantos otros lugares maravillosos, donde, aprendiendo a tomar licor, también aprendimos a contar historias, a escuchar, a preguntar y a sentirnos masa, como en el poema de César Vallejo.
homersimsonborracho Es muy seguro que hoy «me cae mi café», porque Alena me va a cuestionar por haberme quedado tanto tiempo en casa de mi dulce y buena amiga, Uchi. Lo tenía que hacer, me lo exigía el alma. Sucumbí ante ese viejo hábito nuestro, de terminar la plática de fin de semana con los trinos de los pájaros y las primeras luces del alba... botella en mano, eso sí.
- Eres un viejo -me dice Sid-. Hablas como si tuvieras setenta años, en la postrimería de la vida.
No, cher ami, es la manera que me he inventado para ser feliz, para burlarme del paso del tiempo, porque podré hacer mil y un cosas bien, pero detener su curso, «ni en pedo», como dicen los porteños. Y Alena lo sabe, y hasta lo entiende, aunque como toda mujer, toda, quiera que todo se haga a su manera… claro, cuando los viejos hábitos mueran.

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