sábado, 28 de febrero de 2009

Espacios que espacian

 

curados ¡Menuda redundancia!, exclamará el purista. Pues no, los espacios no necesariamente espacian, sino todo lo contrario. Y me refiero a las parejas. Justo ayer noche, luego de terminar un par de cervezas con unos amigos y una lata de maní salado, entramos en una discusión que no tiene final: los espacios entre las parejas. Todo empezó porque les comenté que mi esposa se había ido de fin de semana con la gente de su trabajo a la bella ciudad de Trujillo, al norte de Lima, y que yo, feliz, me quedaba en casa con mi hijo y conmigo mismo. Sorprendidos, manifestaron que debía de estar bromeando, porque sólo a un idiota se le habría ocurrido dejar a su joven esposa pasearse a sus anchas por tierras lejanas, con gente extraña. Pues les cuento que más absortos quedaron cuando les comenté que la noche anterior, la había dejado en una disco de Miraflores, con sus amigas rusas, y que yo me había ido a dormir, porque entre el trabajo y el máster, apenas había tiempo para descansar. Solidario, uno de ellos puso su mano en mi hombro, me miró fijamente a los ojos y me ofreció toda su ayuda si es que pensaba divorciarme, que para eso son los amigos –concluyó-. Porque como veía las cosas, nuestra relación iba en picada.

 

Venus%20entre%20Ceres%20y%20Baccus Siempre que en Latinoamérica he confesado cómo vivimos nuestra relación mi esposa y yo, la gente se sorprende. No son capaces de entender que para que uno pueda tener una vida plena, debe y tiene que conservar su propio espacio, de lo contrario, se volvería loco. El estar enamorado de alguien, el querer a alguien, el amar a alguien, no nos da el derecho de adueñarnos de su espacio y su tiempo. Es necesario ese espacio vital para relacionarnos con nosotros mismos, traducir nuestros silencios, enfrentar nuestros miedos, respetar nuestros misterios, oxigenarnos en los demás. Quizá sea nuestra naturaleza humana, de homo ignorantis que pretende saberlo todo, tenerlo todo, poderlo todo. Y esto me recuerda a uno de mis autores latinos favoritos, Tito Lucrecio Caro, quien en De rerum ratura reflexiona de la siguiente manera: «Como el sediento que en el sueño quiere beber y agotar todas las formas de agua que no lo sacian y perece abrasado por la sed en el medio de un río: así Venus engaña a los amantes con simulacros, y la vista de un cuerpo no les da hartura, y nada pueden desprender o guardar; aunque las manos indecisas y mutuas recorran todo el cuerpo. Al fin, cuando en los cuerpos hay presagio de dichas y Venus está a punto de sembrar los campos de la mujer, los amantes se aprietan con ansiedad, diente amoroso contra diente; del todo en vano, ya que no alcanzan a perderse en el otro ni a ser un mismo ser».

la-libertad-guiando-al-pueblo Cuando me tocó ser hijo de casa, necesité de mi espacio, y confieso que renegué de mis padres, cuando me lo invadieron… quizá eso fue lo que me hizo salir del nido, y lo agradezco. Cuando anduve de enamorado, si algo no toleraba, era que quisieran ser mi todo, y abrumarme en todo momento… hasta se me escarapela el cuerpo, de sólo pensarlo. Hoy como padre y esposo, no lo habría tolerado, y felizmente, en eso coincidimos con mi esposa, y creo que André, está creciendo en esa línea. Nos adoramos, nos encanta pasar el tiempo juntos, pero también disfrutamos el tiempo y el espacio que es únicamente para nosotros, porque maduramos como individuos en él. No hemos hallado otra forma de que funcione nuestra relación conyugal-paterno-filial, y mientras eso no suceda, nos va de maravilla con este sistema. Bien lo decía Nikolai Aleksandrovich Berdiaiev, que «la libertad no es un derecho, es una obligación». Mis amigos lectores, libertad sin espacio ni tiempos propios no es libertad, y vaya que estamos obligados a ejercerla. A no ser que les guste, claro está.

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