De niño, cuando recién empezaba a reconocer conscientemente un sonido de otro, y a tener preferencias por sus diferentes ritmos, fui abruptamente transportado hacia un universo musical del que mucho me falta por conocer, entender y apreciar. Pasó cuando por casualidad ingresara a una vieja iglesia, un día de semana, y al final de la misa matrimonial, sonara "Aire", de la Suite Orquestal N° 3 en D mayor del inefable compositor alemán Johann Sebastian Bach (lo pueden apreciar en el siguiente link: http://es.youtube.com/watch?v=NlT8yeEYbMs&feature=related). Quedé petrificado. Cerré los ojos y me transporté, como el aire, a la ciudad de Köthen, donde la compusiera, en la primera mitad del siglo XVIII. Mucho lamenté que terminara, mucho. Pero más aún, no saber de quién era la pieza musical, o cómo se llamaba. Creí que no la volvería a escuchar nunca más, y claro, me puse triste. ¡Cómo envidié a los viejitos de al lado!, más cultivados, que cerraban sus ojos, y seguían con sus manos el ritmo de la música, que seguramente habrían escuchado ya, infinidad de veces. Algún día, me dije, haría como ellos.
Así empezó todo, este love at first sight. Mi padre, esa misma noche, me dijo que se trataba de música clásica, incluso sacra -era la primera vez que escuchaba esas palabras tan raras-, barajando algunos nombres de compositores europeos, cuyos apellidos, ahora no alcanzo a recordar. En aquella época (los primeros años de la década de 1980) en casa sólo existían los discos LP's, y contados cassettes, dicho sea de paso, inaccesibles a mis arcas, si los hubiera querido adquirir. Decidido que estaba, empecé por rebuscar entre las enciclopedias de mi padre, sus diccionarios, sus libros de historia universal, de historia del arte, hasta encontrar capítulos enteros dedicados a la música clásica. No he dejado de hacerlo. Es cierto, ahora es mucho más sencillo, más barato, menos "detectivesco", pero igual se aprende un montón. Es fantástico escuchar una pieza musical en la calle, o en alguna película, encantarse con el virtuosismo de la misma, y más tarde -en el mejor de los casos- descubrir más de ella. ¿Quién la compuso? ¿cuándo? ¿bajo que contexto histórico? No siempre es un trabajo individual, más de una vez he recurrido a la sabiduría de algunos amigos, quienes han contribuido a mi desasnamiento musical. Está demás decir que dicho trabajo colectivo se pagó con botellas de licor, cajetillas de cigarros, sandwichs de Don Lucho, masapanes arequipeños o libros escogidos en primera edición.
Otra pieza musical archiconocida de J. S. Bach, que más de uno ha oído en una película, tanto en el cine como en la televisión, es el Prélude para Cello, Suite N° 1 (http://es.youtube.com/watch?v=S6yuR8efotI&NR=1). Al menos en película La Ciudad sin Límites, dirigida por Antonio Hernández, va precisa (la recomiendo con mucho entusiasmo, es obligatoria en toda vídeoteca que se precie de tal). Podría citar muchas otras películas, pero les estaría robando la diversión. Veamos cuántas más descubren por su cuenta. Si quieren, después me escriben, y hacemos un cruce de información.
Concluyendo pues, J. S. Bach es tan solo uno de tantísimos compositores clásicos, todavía ajenos a la mayoría de la gente. Los conocedores, engreídos ellos, afirman que es música para una minoría, para la élite, la crema y nata de la sociedad. No lo creo así. No hay ser humano, ni uno solo, que no sea capaz de desarrollar la sensibilidad. Que como yo, de niño y aún ahora, más viejo, quede petrificado, maravillado, embelesado, abstraído, ante una pintura del Greco o de Rembrandt. O sentado, escuchando en el claroscuro de un teatro, un concierto de música, y que las lágrimas de felicidad surquen el rostro, única forma de expresar tanta admiración al genio humano. Querido lector, atrévete a descubrir un poquito más de aquello que tanto le ha costado al hombre. No es justo que sólo lo haga un insignificante porcentaje de la población mundial. Hoy más que nunca, la información está para ser tomada. Pero ese primer paso inicial, fundamental, condition sine qua non, sólo dependerá de ti. Yo creo en ti, no me defraudes, y menos aún, te defraudes a ti mismo.
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