martes, 11 de marzo de 2008

Laura Cecilia Bozzo Rotondo, o la teoría miasmática de la enfermedad

37219061fv Si bien la teoría miasmática de la enfermedad, formulada en el S. XVII por Thomas Sydenham y Giovanni Maria Lancisi ha devenido en obsoleta -como toda teoría científica amén a la dialéctica y al paso del tiempo-, nos ayuda a visualizar lo que representa la señora Bozzo en la sociedad peruana. Agreguemos aquí, que según esta teoría, los miasmas (conjunto de emanaciones fétidas de suelos y aguas impuras) eran la causa de las enfermedades. Hoy, para el ciudadano promedio, Laura Bozzo representa las impronunciables miserias y enfermedades de esta Lima, de casi 8 millones de habitantes.

Su biografía, ya nos anticipaba su personalidad de condottiero, capitana de mercenarios -haciendo mal honor a su ascendencia italiana-. Creció en el seno de una familia de clase media alta (su padre, el Ing. Miguel Bozzo Chirichigno, es un reconocido y galardonado profesional), ingresando luego de terminar sus estudios secundarios, a la Facultad de Derecho de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Incapaz de culminar con sus estudios universitarios en esa universidad, hace un traslado externo a la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Federico Villareal, donde finalmente se gradúa. Al poco tiempo, ya titulada, formaría parte del Ilustre Colegio de Abogados de Lima, asignándosele la Colegiatura N° 11753, aunque sería después inhabilitada por esta misma institución gremial de poder ejercer la profesión. Las razones se las pueden imaginar. Es interesante señalar, que al juramentar, prometió solemnemente cumplir con el lema del CAL: «Orabum causas melius» -hago mías, las causas mejores-. Ella hizo suyas, las causas más onerosas.

Era de esperar que su carrera profesional fuera mediocre. Su vida familiar, también. Casada con un ingeniero, del que se terminó divorciando, tuvo dos hijas. Nunca tuvo grandes amistades. Hoy convive con un joven argentino, Christian Zuárez, de humilde origen villero, quien podría ser su hijo. Su ingreso a la televisión fue silencioso, conduciendo el programa Las Mujeres tienen la palabra, marcadamente feminista, por RBC, Canal 11, el de menor sintonía nacional. Por aquel entonces, defendía visceralmente a su empleador, el dueño del canal, Ricardo Belmont Cassinelli, y atacaba duramente al ya corrupto régimen de presidente Alberto Fujimori Fujimori. Como casi todos los medios de comunicación se vendieron al régimen, la doctora Bozzo pasó al Panamericana Televisión, Canal 5, con el programa Intimidades. Luego vendría el famoso Laura en América, por América Televisión, Canal 4, absolutamente fujimorista, que la catapultara al estrellato y la internacionalización. La defensa que haría de Fujimori, y de su sombrío asesor, Vladimiro Lenin Montesinos Torres, sería total. Quedaba claro, que sus cañones siempre defenderían a quien mejor le pagara. Al menos, ese era el mensaje. Lo que me sorprende, es que ella nunca tuvo necesidad de dinero, pues siempre lo tuvo. No en grandes cantidades, es verdad, pero siempre tuvo satisfechas todas sus necesidades, y uno que otro lujo. Lo que ella aspiraba, era el reconocimiento colectivo, y quizá más aún, el familiar. Su hermano, un inteligente ingeniero civil, siempre la eclipsó, y eso no se lo perdonaría. Era su oportunidad de demostrarle al mundo, a su grupo social, a su familia, quien era ella y cuanto valía, no importaba el cómo. Como su mentor y supuesto amante, Vladimiro Montesinos, se inspiraría en las vidas de Cesare Borgia y Joseph Fouché; sus libros de cabecera serían desde entonces El Príncipe de Nicolás de Machiavelo, Fouché, El Genio Tenebroso, de Stefan Zweig  y El Arte de la Guerra, de Sun Tzu. ¿Su límite? Ya no habría límites, todo lo que se propuciera, lo tendría, de una u otra manera. El fin justificaba los medios.

A mí, nunca me interesó ni su vida ni su trabajo. Hasta que una tarde, en una taquería del estado de Chihuahua, al norte de México, conversando con unos campesinos chihuahueños, no querían creerme que soy peruano. ¿Por que?, les pregunté. Me respondieron que los peruanos no tienen dientes, según veían en el programa de la señorita Laura. Reí, mostrando orgullosamente mi cuidada dentadura, y les dije que yo era bien peruano, y les conté parte de ese mal teatro televisivo. No sé si me creyeron, o pensaron que estaba sangrando por la herida. Es mismo año, almorzando en el aeropuerto de Costa Rica con un grupo de centroamericanos, me preguntaron por las polladas y los carritos sangucheros, de los que tanto se hablaban en el programa de Laura Bozzo. Me afirmaron, también, que antes del programa, tenían una idea bastante elitista del peruano, de ciudadano cultivado, educado, de buenas maneras. El referido programa, había terminado con eso. Bueno, hay que reconocer que la imagen era falsa, pero al menos nos veían con buenos ojos. Hoy, no es así. Representamos la barbarie de la región, el vil infierno del que nos cuentan Dante Alighieri y Enmanuel Swedengorg.

Si algo te debemos, Laura, es eso, la vergüenza internacional. No te sorprendas, entonces, por qué se te odia tanto aquí. No te sorprendas, porque tu programa fue censurado hace muchos años. No te sorprenda, porque eres noticia actual, y se te destapan todas tus entrevistas trucadas, toda la farsa del show, de la ayuda económica y legal. Todo es una mentira, porque las historias y los ampays son también mentira. ¿Y tú te haces llamar la defensora de los pobres? Los pobres del Perú te han hecho una mujer pública y acaudalada, pero profundamente despreciada. Que termines como Fouché, y que la historia te condene, no me sorprendería. Dios me dé vida, para verlo.

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