Hoy domingo por la tarde, Kenneth Yohann y Liliana Higa, una de las parejas que más estimo y aprecio, nos invitaron a André y a mí, a celebrar con ellos, en el local de Bembos ubicado en la Av. Camino Real, distrito de San Isidro, el segundo cumpleaños de Jade, su encantadora hija. Si alguien dudó acerca de los resultados de la mezcla de razas (en su caso, hispana, aria y nipona), por la foto, podemos notar que no podría ser mejor. Fue una fiesta de cumpleaños inolvidable. Se comió hasta por los codos, se platicó con los amigos que no se veía hace buen rato, y se volvió a ser niño. Los niños, como enanos que son, la pasaron como eso: enanos. Jugaron en la piscina de pelotas, en el laberinto, en el puente, en la cabaña del árbol; rieron a carcajadas con la animadora; disfrutaron con el teatro de títeres, etc.
Verlos ser felices, soñar con los ojos despiertos, volar con la imaginación, nos alimenta el espíritu para todo el mes, y así, sucesivamente. En su nombre, seríamos capaces de todo. Hay que admitir que hay veces que uno quisiera reivindicar al rey hebreo Herodes (הוֹרְדוֹס), porque cuando se ponen pesados, sacan de quicio a cualquiera. Al menos André, mi hijo, es también conocido como «Damien Thorn», por lo terrible que puede llegar a ser. Pero con todo y ello, por nada del mundo cambiaría mi status de pater familias, es decir, de papá domesticado.
Es absolutamente comprensible y respetable, que gran parte de la gente de mi generación, vea con horror la paternidad. No es fácil. Es un compromiso de por vida, como ningún otro. El matrimonio se puede disolver, el amor a la pareja se puede acabar, o romperse de tanto usarse, como dice la canción. Pero la relación con los hijos es hasta la muerte. Siempre serán nuestros hijos, siempre. También está el lado económico. Ahora que he tenido que pagar la matrícula y la primera mensualidad del kinder, más los útiles escolares, libros, mochila, ropa, etc., he sentido la pegada. Y recién estamos empezando. Por eso, un amigo mío me aconsejaba meses atrás, que si pensaba tener otro hijo, debía esperar por lo menos 6 años de diferencia entre uno y otro. Así, cuando uno ya esté terminando la universidad, el otro recién estará ingresando. De esta forma, no se me juntarían tan cuantiosos gastos. No le falta razón. Otro detalle importante es la calidad de tiempo. El tiempo que le robemos a nuestro tiempo, para dárselo a ellos. Pero dárselo de corazón, con las ganas de querer estar con ellos, no por estar. Ellos se dan cuenta. Y las cuentas, siempre se pagan, tarde o temprano.
Los sacrificios que se hacen por ello, son realmente inimaginables. Todos saben que odio salir a concursar, o intervenir en diversiones masivas. No lo soporto. Pero hoy, frente a todos, y conjuntamente con mi hijo, me tocó cantar, micrófono en mano, que «la cucaracha, la cucaracha, ya no puede caminar, porque le falta, porque le falta, marihuana que fumar», con la voz, o mejor dicho, los «cocorocos» de un pollo, y moviéndome como un pollo -con aleteos, genuflexión y movida de rabo-. André estuvo feliz, y se ganó su canasta de golosinas. Yo también lo disfruté, para qué negarlo. Finalmente, lo hacía por él. Su madre está de viaje por trabajo en San Petersburgo, Rusia, y sólo me tiene a mí. La nana lo adora, pero su motivación es económica, trabaja por un sueldo, no por un mandato del corazón o un llamado de la sangre. Nunca podrán suplantar el amor de un familiar.
Gracias Kenneth y Lilian. Fue una tarde maravillosa, que me hizo recordar que se está aquí por una razón. Ver crecer a André, y ser su sostén, es una razón por sí misma, un kategorische Imperativ kantiano. Qué tonto se pone uno buscando éxito en la acumulación del dinero, objetos, o de los reconocimientos públicos, cuando ser un papá de cinco estrellas, o morir en el intento, valen más que eso. Y es que, los valores no son, valen.
2 comentarios:
A mí nunca me ha gustado que me celebren nada. No tengo esa costumbre y menos el entusiasmo de hacerlo. En verdad, lo ODIO. Me gustan las reuniones con pocas personas y muy íntimas. Así me imaginaba hacerlo cuando tuviera hijos. O al menos, algo mucho más tranquilo. Pero al ver como mi hija se aprendió el “happy birthday” y mencionar siempre su cumpleaños, como no iba a celebrárselo. Ese domingo me reí como hacía tiempo no lo hacía. Ver como los padres jugaban con sus hijos para que ellos obtuvieran sus premios, fue genial. Y sobre todo, lo que ellos tenían que hacer para lograrlo, jajajaja…..se me fue el estrés. En verdad, me divertí.
Muchas gracias por compartir con nosotros un día tan especial.
Lili
Hermano Vladi, gracias por ser el de siempre, nunca cambiaste, aunque cambiaste. Te quiero.
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