Todo aquel que visite Huamanga, la capital del departamento de Ayacucho, tiene que darse un salto a Huanta, a sólo 48 kilómetros al norte. La ciudad es pequeña pero ordenada y limpia; su plaza es pintoresca, florida y con pileta enrejada, como en casi toda población serrana, y su gente, muy acogedora. Precisamente, estas rosas son de los jardines de su Plaza Mayor. La oferta de restaurantes es variada, y el puca picante, plato típico de la región a base de chicharrón (cerdo frito), papas sancochadas, y una crema compuesta por maní tostado molido, betarraga, ají panca, sal y pimienta. También sirven enormes truchas fritas, arrebozadas, en sudado o al vapor. El cuy (cobayo) chactado también es un excelente opción. Felizmente, ya no lo sirven con la cabeza y patas, como otrora. Por muy rico que esté, sigue siendo un roedor. Debido a la altura (2,200 m.s.n.m.), y a los pocos ingresos de la región (Ayacucho es uno de los departamentos más pobres y olvidados del país), es casi imposible conseguir una botella de vino. Antes que una soda, les sugeriría un mate de coca. No es el maridaje perfecto, pero ayuda a la digestión y el mal de alturas.
Si viajan por su cuenta, manejan una Pick up, 4x2 ó 4x4, anímense a visitar la Catarata que está a una corta distancia del pueblo. También es posible ir a pie, pero en honor a la verdad, es un poco agitado, y los fines de semana largos, son más bien cortos. You know, time is money. Ok, no es ni el Iguazú ni el Niágara, ni sé cómo diablos se llama (nadie de los pueblerinos que pregunté, me supo dar razón), pero tiene su encanto. La gente de por ahí, todavía vive como en el resto del mundo mucho antes de la Revolución Industrial. No es que la analogía sea cruel, sino todo lo contrario.
Llegar al mencionado destino implica contratar a un guía. Para horror de los inspectores del Ministerio de Trabajo, los hay desde los 4 años de edad. Yo conté con los servicios de César, un pequeñín entrañable de 7 años, apenas cumplidos. Claro, el cumpleaños es sólo una fecha referencial, nunca tuvo una fiesta ni sabe qué es eso. A veces es mejor vivir en la ignorancia. Ahí lo vemos, adelante mío, mostrándome el camino. Uno tiene que preguntarles, porque de motu propio, es muy difícil que hablen. Me contó que es sexto de una familia de nueve hermanos. Y que su madre, Leonora, está embarazada. Precisamente, Juan, el pequeño que se ofreció a cuidarme la camioneta, es también uno de sus hermanos.
Mientras avanzábamos, a veces subiendo y a veces bajando, iban apareciendo pequeños lugareños ofreciéndonos botellas de agua mineral a un sol con cincuenta céntimos. Otros, tunas recién cosechadas en bolsas plásticas. No faltó quien me mostrara artesanía de la región, a precios muy por debajo de los que cobran los comerciantes en los Indean Markets de Lima. Sin exagerar, la cuarta o quinta parte del precio. No se trata de que el Estado a través de su Ministerio de Economía establezca un control de precios, pero sí debería de haber una forma de estandarizar el precio de las artesanías, para que el beneficiado también sea el artesano, el hombre de pueblo, y no el abusivo intermediario.
Lo mejor del viaje, no fue llegar al destino, sino la camaradería que surgió entre mi hijo y nuestro buen guía. Ambos de dos mundos absolutamente opuestos; André, nacido en un moderno hospital del norte de California, y César en la paupérrima choza de sus padres. André, blanco, casi rubio, ojiverde. César, cobrizo, moreno, ojipardo. André, calzando modernas zapatillas Nike. César, calzando ojotas (llanques, guaraches) de caucho de llanta. André, con pasaporte americano, ruso y peruano. César, sin pasaporte ni documento de identidad ni partida de nacimiento. André, viajero del mundo en American Airlines, Lufthansa, Iberia, British Airways. César, viajero de su pueblito en burro, caballo, pollino. André, fue al prekinder desde los 2 años. César, a sus 7 años no sabe aún que es una escuela. Y sin embargo, ahí están en la foto, como lo que son, dos seres humanos, distintos, pero iguales al fin. A esa edad no se sabe ni de colores, ni de privilegios, ni de nacionalidades ni de nada que separe a un ser humano del otro. Ojalá no se deje infectar por los prejuicios clasistas de Lima. Ojalá no cholee (discrimine) como se cholea aquí. Ojalá aprenda a ver con los ojos del corazón. Y en que en Huanta, no sólo se unen la tierra con el cielo. También los colores.
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