Todo mundo habla del sentido común, o mejor dicho, de tener un buen sentido común, o de hacer las cosas usando el sentido común, o de su muy particular sentido común, y así (por ejemplo, el mensaje completo de la figurita del costado es: «El problema de mi sentido común es que no es común para el común de la gente»). Entiéndase entonces, que este común sentido tiene, a la larga, muy poco de común.
Para algunos, es el más escaso de los bienes, al afirmar que «el sentido común, es el menos común de los sentidos», mientras que otros, más optimistas, como Rene Descartes, señalan en el Discurso del Método, que «Le bon sens est la chose du monde la mieux partagée», que traducido al español, sería «lo que está mejor repartido en el mundo es el sentido común». Ahora, según algunos pensadores, su objeto son las sensaciones de los demás sentidos externos aunque no en el mismo plano que ellos, ya que su función no versa sobre los objetos exteriores, sino sobre nuestra sensación de los objetos. Vendría a ser, en cierta forma, la raíz y principio de la sensibilidad externa, radix et principium sensuum externorum.
A propósito del tema, nos ha llegado a nuestros días la célebre historia de la infalibilidad del nudo gordiano, y de la leyenda de que, quien pudiera desatarlo, conquistaría Oriente -augurio formulado por el mismo Gordias, creador del nudo-. Pues fue justamente Alejandro Magno, y su filosa espada, quienes un buen día lograron romperlo. Eso sí, no haciendo uso de una inteligencia superior, sino, de un solo zarpazo de la espada. Por ello, se le ha atribuido al general masedónico la frase: «Esa es la manera dictada por el sentido común de conseguir una cosa que se desea». Un sentido común maquiavélico, que en procura de un fin, se vale de cualquier medio.
Yo quiero pensar como Descartes, que el sentido común es consustancial al ser humano, que todos lo tenemos, y que las más de las veces, hacemos un buen uso de él. Incluso, lo emparentaría con el instinto, ese irracional mensajero que nos advierte desde nuestro interior, y nunca falla. Otra cosa, es que no lo queramos escuchar. Ojo, que antes que racionales, somos animales, no lo olvidemos nunca.
Mucho cuidado, lectores, porque si callan esa voz, es muy probable que no la vuelvan a escuchar nunca. Y eso, sí que es estar perdido.
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