Hay, sin duda, situaciones que uno quisiera remediar, luego de ocurridas. En otras palabras, claro que uno se arrepiente de haber hecho, o haber dejado de hacer, ciertas cosas -me parecen súper cojudos, los que dicen que no tienen nada de qué arrepentirse, porque lo hecho, hecho está-. Una de ellas, ocurrida a finales del año pasado, fue no ir al conciertazo que ofrecieron en Lima, Joan Manuel Serrat y Joaquín Sabina, juntos, como dos pájaros de un tiro. ¡Cómo lo lamenté, carajo! Aturdido y abrumado, por el mal resultado de un joint venture, me quise castigar de la manera más infantil, privándome de uno de mis mayores placeres: la música. Aún cuando me ofrecían pagarme la entrada, me negué. Ya había tomado la decisión, se tratara de quien se tratara.
Felizmente, por la magia de la tecnología, y por ende, del DVD y los televisores LCD, pude ser un espectador más, allá en Madrid, de tan generoso espectáculo. No tuvieron que ir muy lejos, ya en la tercera canción: Y sin embargo, me encontraba cantando con ellos, lado a lado, emocionado, mientras las lágrimas recorrían mi rostro. No me suelo emocionar tan fácilmente, de hecho, casi nunca me pasa, pero esa interpretación fue demasiado. Absolutamente memorable. Mi memoria poética, como dice Milan Kundera, tuvo mucho que ver en ello. La calidad musical es insuperable, nunca los escuché cantar mejor. Dicen que un buen cantante es aquél que hace creíble lo que canta. Y vaya que lo logran, como jugando, porque cada historia me supo a verdad sacramentada. Debemos agregar, además, la pureza del sonido, los músicos que acompañan la gira son de primer nivel, y antes de hacer un trabajo, disfrutan y agradecen con su virtuosismo, la afortunada hora en que fueron convocados a hacer música con estos dos gigantes. Para los enterados en música, he de decir que el acompañamiento musical estuvo compuesto por Pancho Varona (guitarra acústica), Antonio García de Diego (guitarra, teclado y armónica), Pedro Barceló (batería) José Antonio Romero (guitarra), Richard Miralles (piano), Víctor Merlo (bajo y contrabajo), Matthew Simon (trompeta), José María Pérez Sagaste (saxofón), Toni Berenguer (trombón, y en los coros, las espigadas Paqui Sánchez y Marcela Ferrari.
Más que poesía gongoriana, hubo picaresca y quevedos. Dos señorones que salen al plateau, desenfadados, a conquistarnos con su esencia, con su natural forma de ser, con su camino andado. Serrat es un poco más lírico, Sabina, más arrabalero. Yo soy un hincha confeso de Joaquín, pero no puedo dejar de admirar el buen cantar de Joan Manuel. Fue valioso que cantara, en su natal catalán, Fa vint anys que tinc vint anys. Uno tiene que estar orgulloso de su cuna, porque es de ahí de donde uno viene, y aclara el panorama, de adonde uno va.
Es muy probable que muchos de los lectores no sepan quienes son, y no hay delito en ello. Pero si he de darles un buen consejo, es correr a escucharlos. No hay forma de no quedar pegado. Si no es por la letra, es por la voz; si no es por la voz, es por la música; si no es por la música, es por la poesía; si no es por la poesía, es por la crónica; si no es por la crónica, es por el verso. Y el verso es letra, y así sucesivamente, per secula seculorum. Da lo mismo, que recurran a vías ajenas al copy right, la música es para quien la quiere escuchar.
Que el vino, la compañía, el concierto y la noche, os sean propicios.
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