jueves, 28 de febrero de 2008

Lloviendo sobre mojado

20071107001848-lluvia2 Aunque a esta frase se le ha dado más de una interpretación -algo han tenido que ver con ello las canciones de Silvio Rodríguez, por un lado, y por el otro, la de Fito Páez y Joaquín Sabina-, la que más fuerza tiene es la que se refiere a la redundancia, porque llover, que es lo mismo que mojar, sobre algo mojado, es bajo todo punto de vista, una redundancia, valga la redundancia.

Para el DRAE, en su segunda acepción, es sencillamente la repetición o el uso excesivo de una palabra o concepto. Hemos de afirmar también, que la redundancia (viene del latín undare, inundar, anegar, de manera que re-undare es volver a inundar) constituye una forma de asegurar la transmisión y de establecer concordancias entre los elementos lingüísticos en los niveles morfosintácticos, léxico-semánticos y fónicos. En los lenguajes literarios es especialmente elevada a fin de asegurar la perdurabilidad del mensaje, y la impresión en la memoria y la imaginación, merced al placer estético que ocasiona. Para don Leopoldo Wigdorsky (RIP), en su artículo Algunas dimensiones de la redundancia, redundar es inundar con palabras casi siempre innecesarias; del griego viene el término pleonasmo para referirse a esta figura retórica –y observe el amable lector que escribí “figura” retórica y no “vicio” retórico, porque las redundancias o los pleonasmos léxicos, a veces, son inevitables o hasta justificables.

Convengamos pues, que redundar es repetir, repasar, revivir. Esto, en el mejor de los casos. ¿Pero qué sucede en el peor? En Lima, capital del Perú, tenemos nuestros particulares excesos, lapsus brutus, o "rocotas", como les decimos acá. Imagínense subir a un bus, y que el cobrador les conmine en voz alta a: "avanzar adelante". O cuando esperan a la novia que termine de arreglarse, y ésta, desde su ventana les grite: "espérame, ahorita salgo afuera". O cuando alguien le ordena a otro: "Ya pues, baja aquí abajo". Y así, ejemplos mil, sin llegar a la vulgaridad. También, escuchar la radio, o ver los noticieros de la tele, es harto ilustrativo para los cazadores de redundancias, porque son unos bombarderos B-2 de puras rebuzno-redundancias. El problema está en el abuso indiscriminado de estas notorias redundancias, a las que la gran mayoría de personas les ha dado categoría de correctas, y es que son, hoy por hoy, casi casi, imperceptibles para el oído contaminado.

No se trata de ahorrar palabras, simplemente, de usar las necesarias, o en el mejor de los casos, las adecuadas. Una de las cosas que mejor caracteriza a las personas cultivadas, es el buen hablar. Da gusto, cuando tenemos al frente alguien que hace malabares con el lenguaje; cual encantador de serpientes, nos deja embelesados y boquiabiertos. Les doy un consejo a los que andan en busca de novia, hablar prolijamente es la forma más rápida y segura de meterse al bolsillo a los suegros. Modestamente, en mi edad juvenil, nunca me falló. Pero hay que pensar bien en lo que se dice, leer literatura, de la heavy o de la light, no importa, lo que importa es leer y aprender, cultivarse. Cuando uno viaja al exterior, el idioma universal, que desvanece murallas, es el de la cultura, posibilitadora de imposibles. A la gente, en ese punto, no le interesa el color, la nacionalidad, el origen. Sólo cuenta el medio comunicante, que nivela y no discrimina. Al principio, está el natural rechazo al distinto, al foráneo, al extranjero. Pero, cuando las mentes encuentran su sintonía, a través de los temas comunes, a través de esa necesidad tan humana de nutrir el intelecto, el alma, las puertas se abren para siempre. Hagan la prueba, no gano yo, ganan ustedes.        

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