No, no me he metido la gran tranca (sinónimo de borrachera, peda) de mi vida por Navidad, ni estoy afirmando que estemos en un mundo maravilloso. Para nada. Sencillamente, estoy recordando con feliz candidez la letra de esa buenísima canción escrita por George Weiss y Bob Thiele e interpretada por el estupendo Louis Armstrong, o Sachtmo -como le decían sus amigos-. Es decir: Yes, I think to myself, what a wonderful world.
Creo que es imposible no remontarse a la época navideña, cada vez que se la escucha. Y es precisamente de la época navideña que quiero comentarles, porque en un martes 25 de diciembre es que estamos. Primero, tengo que contextualizar un poco. Crecí en un barrio de clase media, en la zona antigua del distrito de San Miguel, donde el gran porcentaje de los vecinos eran ora profesionales (abogados, médicos, ingenieros, contadores, profesores, arquitectos, etc.), ora hijos de inmigrantes europeos de postguerra, ora descendientes de un ex plutócrata. Tengo que decir también, que estamos hablando de la década del 80. Jóvenes inmaduros, iconoclastas, rebeldes sin causa, Generación X. No había forma de convencernos, que la Navidad era una fecha intrascendente, comercial, ridícula, incluso sádica. Algunos, por no decir casi todos, acompañábamos a nuestros católicos padres, a regañadientas y con no disimulada vergüenza, a la cercanísima Parroquia de "Virgen del Carmen" a escuchar la anualmente esperada Misa Del Gallo. Era seguro, que nos iban a ver, y que terminaríamos como el hazmereír del barrio. Porque al dar las doce, correspondía con toda la familia reunida en una misma mesa, cenar pavo o lechón al horno, diferentes tipos de ensaladas, panetón con chocolate caliente, y luego brindar con espumante, no sin antes mencionar, el abrir los regalos navideños y darse el respectivo abrazo. Al rato, sin que mediara excusa, todos nos juntábamos en la esquina del Jirón Castilla con la Avenida Tacna para reventar cohetes y tomarnos unos traguitos casi siempre de ron con Coca Cola. Y claro, aunque curiosos de qué habían recibido nuestros colegas de parte de Papa Noel, coincidíamos que era una fecha triste, depre, socialmente injusta, habiendo tanta gente pobre, tanto niño abandonado, tanto desplazado en la gran Lima, tanta víctima del terrorismo y la hiperinflación. El mundo andaba de cabeza, y era entonces cuando empezábamos a enumerar sus tantos problemas. Y así fue siempre, años tras año, hasta que me tocó emigrar ni bien empezado el nuevo milenio. Ya en la Meca del consumismo, veía como el americano promedio se tardaba por lo menos un par de horas en abrir los presentes enviados por sus cercanos desde toda la Unión Americana. Ajenos a lo que está pasando en el mundo -en muchos casos, por la culpa de su gobierno y política exterior-, disfrutaban en su exceso, en su hartazgo, en su abundancia. Dicha experiencia de vida, de la que también fui cómplice confeso, no hizo que cambiara mi punto de vista, pero sí que la viera desde otros ángulos. Creo que eso se llama madurez, y tener una visión del mundo. ¿Citizen of the world? Ya quisiera yo, pero no es para tanto...
A pesar del tiempo transcurrido, mucho de ese pensamiento juvenil, de otrora, no ha cambiado en muchos adultos de Lima. Hace un par de días leí en Perú21 el poco menos nihilista artículo publicado por Beto Ortiz, sobre la navidad, que, en la parte introductoria dice: "Yo tenía siete años en 1975 cuando se murió la mamama, de cuya cara apenas si me acuerdo. La mamama, me explico, era mi abuelita Zelmira, que se murió en la navidad y, a partir de entonces, nos cagó la fiesta para siempre. Desde ese año, mi querido viejo, puntualmente, se ponía más 'thriller' que nunca para pascuas: conforme avanzaba el adviento se endemoniaba más y más, y ni bien comenzaba diciembre se aseguraba -con su mortífera cólera y sus bramidos enloquecidos- de que en casa pasáramos una buena temporada en el infierno. Pero no es solo honrando mis benditos traumas infantiles que escribo este artículo. Lo escribo porque estoy convencido de que somos miles los que pensamos lo mismo aunque ninguno se anime a decirlo así, delante de la gente. Levanta, pues, la mano como voluntario para dejarlo muy en claro y por escrito: damas y caballeros, la navidad... la navidad es una mierda". Saben, ahora que soy papá -tengo un hijo de 4 años-, y luego de haber visto la ilusión con la que André esperó pacientemente abrir sus regalos, y ya a la media noche del 24, rompiera sus envolturas y los abriera uno a uno, agradeciendo los regalos recibidos a los miembros de mi familia presente, posando para las infaltables fotos, no puedo más que esperar con renovadas fuerzas la próxima Navidad. Es verdad, el mundo anda jodido, pero el poner cara de culo en esa fecha, no cambiará esa situación. Creo más bien, que mientras mejor actitud positiva tengamos, quizá un día se haga realidad el sueño de Jeffrey Sachs, y se acabe la pobreza en el mundo (a propósito, End of Poverty es un libro de obligatoria lectura). Puedo entender que nos pongamos particularmente sensibles en esa fecha, pero no somos los únicos habitantes de la isla. Hay un universo de gente que cuenta con nosotros para sumar el entusiasmo, la algarabía, el espíritu festivo. Es la resurrección del año viejo, es el reflorecimiento de las ilusiones, los sueños, las esperanzas, los proyectos. No sé si mantenga este mismo sentimiento toda la vida, pero quisiera que sí. Estamos deficitarios de buenos momentos, y si recordar el nacimiento del Niño Dios va a crear uno, enhorabuena.Entonces, hagan buen uso de su computador y entrégense a la piratería. Escuchar esa canción de Satchmo bien vale la pena. Y si de verdad tienen en el refrigerador champagne y no espumante, God is by your side. ¡Feliz Navidad!
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