Mucho ha hecho la literatura, pero más que todo el cine, en los últimos años, por desvirtuar la figura del vampiro, criatura de discreto encanto, rancio aristócrata amoral de constante perfil bajo. No existe linaje alguno, que haya sobrevivido hasta hoy, como ellos. Los vampiros originales, los primeros, la élite de su género, se remonta al nacimiento de culturas tan antiguas como la egipcia y la sumeria, aunque actualmente, no llegan a cinco, estos primeros sobrevivientes. Si bien son llamados no-muertos, la muerte no les es esquiva, es también una ley natural para ellos. Se sabe que no todos los ya muertos, fueron perseguidos y asesinados, también hubo algunos que sucumbieron ante los tormentos de la memoria, incluso vencidos por el amor, eligiendo la vida breve y mortal. Si hasta parece que hablara de eso, precisamente, el poeta Manuel Altolaguirre Bolín: "nuestro amor silencioso / y oscuro nos eleva / a las eternas noches".
Etimológicamente, la voz vampiro viene de las lenguas eslavas (del alemán vampir, que se deriva del polaco temprano vaper y éste, a su vez, del eslavo arcaico oper; con raíces indoeuropeas paralelas en el turco y en el persa). Significa también ser volador, beber o chupar y lobo, además de hacer referencia a cierto tipo de murciélago. Quizá el nombre más difundido sea Nosferatu, que proviene del griego νοσοφορος (portador de enfermedad).
No creo que hoy exista, en el mundo globalizado, persona que no haya oído de ellos. Los megaestudios cinematográficos de Hollywood son los principales culpables, luego vienen los escritores Bram Stoker (Drácula), Anne Rice (Crónicas Vampíricas) y Elizabeth Kostova (La Historiadora), entre muchos otros (Lord Byron, Edgar Allan Poe, Alexandre Dumas, Stevenson, Carlos Fuentes, Alexei Tolstoi, Baudelaire, etc). Claro, el tema a fascinado al hombre desde siempre, pero al menos ahora, estas son las versiones más leídas. ¡Y cómo no! La existencia del vampiro es la negación de Dios. Es la negación -voluntaria- de la muerte. Entonces, acabada la muerte, innecesaria la existencia de un Dios. Es por ello, que el peso religioso-ortodoxo-puritano de la sociedad victoriana, haya influido tanto en la pluma de Stoker, y nos describa a un conde Drácula temeroso de Dios, vulnerable al agua bendita, incapaz de tolerar la presencia de la cruz. Anacronismos imperdonables, pues el vampiro es anterior a estos simbolismos cristianos. Cómo deben de reírse los príncipes de la noche, ante tanta superstición. Pero bueno, no se podía esperar menos, el Dios de los hombres es amo y señor de los medios de comunicación, de las instituciones, de los gobiernos. Pobre de aquél que se atreva a contrariarlo, que los fundamentalistas están en todos los bandos, dispuestos a matar por él.
El vampiro es la quintaesencia de la elegancia, de lo prohibido, del erotismo y el hedonismo. No hay forma de no caer rendido ante él, encantados, seducidos, poseídos. Como dije, más de uno supera los cinco mil años de vida, hecho solo que los convierte en observadores privilegiados de la reciente evolución del hombre. Es por ellos que no existen las coincidencias en la Historia. En cada hecho relevante, podemos encontrar su rastro, su sombra. Supremamente inteligentes, como es de suponer, han hecho uso consuetudinario de esta simple verdad: "no hay mejor modo de ocultar una cosa que ponerla a la vista; no hay mejor modo de mentir que decir la verdad" (Juan José Millás, Introducción a la novela policíaca). Hoy que los vemos en todas partes, y de tantas y tantas formas se ha ridiculizado su existencia, que solo un idiota o un ingenuo, podría afirmar su existencia, y sin embargo, existen. No es la noche, ni las tumbas, ni los castillos de altas torres los que los ocultan y protegen su integridad física, es su constante presencia, la que los "oculta" de sus potenciales enemigos. Aunque, para su tranquilidad, no existen crónicas de su captura. No hay forma de atraparlos con vida. Su libertad será siempre más valiosa que la vida misma. Ese solo hecho, profundamente envidiable, les ha ganado nuestro eterno desprecio. No la pérdida de algunos decalitros de sangre. De hecho, no hay criatura más mortífera para el hombre, que el propio hombre. Bien afirmaba Plauto, Homo homini lupus (el hombre es un lobo para el hombre). El vampiro es eminentemente eugenésico, bebe la sangre para vivir, no para matar. Y únicamente, cuando reconoce ciertas cualidades en su víctima, le ofrece la vida eterna, como una posibilidad, como una opción a elegir. Nunca impuesta. Entonces, es un acto volitivo, de motu propio, ad voluntatem, el que convierte a un ser humano cualquiera, en un vampiro converso. No hay que dar nada a cambio, ni el alma, como Fausto, ni la sombra, como Peter Schlemihl, ni al maestro, como Judas Iscariote.
Es verdad, hay que despreciar a la muerte, para empezar a ser notados por ellos. Pero hay que amarla más que a nada, también. Hay que tener nobleza, pero no alcurnia. Se debe de haber amado, y sufrido. Se debe haber creado, y creído. Se debe poseer, y ser poseído. Esta pequeña lista, excluye a muchos ya. Pero el premio es harto agradecido. Porque la inmortalidad da derecho a mucho, a todo, menos a morir y a amar. No es posible el amor entre vampiros, porque entre iguales, sólo cabe la amistad. Una amistad racional, una camaradería que les asegurará la supervivencia, como hasta ahora.
Si eres afortunado, y una noche, toca tu ventana, hazle pasar. Convérsarle, y pregúntale cuanto puedas. No hay mayor fuente de sabiduría. Si viene por ti como fuente de vida, acógelo como un mensajero de paz. Pero, si te eligió como posible vampiro, piénsalo bien antes de negarte, o aceptar -ninguna de tus respuestas lo irritará-. Si aceptas, serás miembro del más selecto club del mundo, pero también, ya no podrás dar vuelta atrás. Sino, como la esposa de Lot, acabarás convertido en estatua de sal. Sí, tú, lector, ¿qué decidirías?
1 comentario:
Oh el libro la Historiadora, me encantó tanto, esa manera tan romántica, audaz y sencilla de hacernos viajar realmente a través de la historia.
Lindo blog el tuyo, creo que lo enlazaré ;)
Publicar un comentario