sábado, 28 de septiembre de 2019

Matar un ruiseñor


La novela para octubre de mi Club de Lectura es la ganadora del premio Pulitzer: «Matar un ruiseñor», de Harper Lee, un clásico de la literatura norteamericana. Novela que denuncia la discriminación étnico-racial contra los afroamericanos (está ambientada en 1936), desde la visión de una niña sureña (Alabama) de diez años, tan blanca, anglosajona y protestante (WASP) como su autora. Novela que parte desde la otredad, pero que abonó un cambio ya no sólo de mentalidad sino de acciones concretas, en el corto plazo. La novela se publicó en 1960, ganó el Pulitzer en 1961, pasó al cine en 1962 ganando tres premios Oscar y en 1965 se otorgó el derecho a voto, en Estados Unidos, a los afroamericanos. Como bien saben, nada en política es casual, sino, causal.
Harper Lee fue, antes que escritora, una gran lectora, y no dudo que «Las aventuras de Huckleberry Finn» de Mark Twain y «Luz de agosto» de William Faulkner, hayan generado esa consciencia e indignación que sólo te puede generar la buena literatura. Y quiero creer, que Harper Lee inspiró también a Philip Roth a concebir «La mancha humana», de similar temática. En el Perú, Enrique López Albújar, con «Matalaché», satirizó estos execrables excesos.

Ahora bien, ¿son aún necesarias las distinciones biotípicas? ¿las cuotas de género y de etnicidad-racial? Entiendo que, en el pasado, la existencia de las castas aseguraba, por la razón y por la fuerza, los privilegios de clase. ¡Pero estamos en el siglo XXI! La experiencia empírica nos llevaría a creer que no. Y ahí radica el peligro. Primero, porque creer es un acto de fe, no una certeza. Y segundo, porque evaluamos a partir de nuestra posición de privilegio. Porque al pertenecer a la mayoría, la norma (de ahí viene la palabra «normal») nos ofrece los derechos y los privilegios conquistados por la sociedad civil… pero si eres minoría, no te toman en cuenta, y sí sufres la desigualdad de trato. Por eso he recomendado el reciente documental de Netflix «Hello, Privilege. It´s me, Chelsea», que, de forma tan cruda y valiente, denuncia una iniquidad tan impensable en el país que, según dice, defiende la democracia en todo el mundo. No les pido que lean a Lee, Faulkner, Roth o Twain (aunque deberían), pero el documental, véanlo, por caridad.
Mientras tanto, tarareo la letra de «Africanos en Madrid», de Amistades Peligrosas: «el pecado de ser ébano, sangre y marfil. Si miras bajo tu piel, hay un mismo corazón».

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