martes, 10 de abril de 2012

Vi vomitar al caballo

 

graciosas-caballo-risa¡Claro que no! ¡Faltaba más! Los caballos no vomitan. Y quien lo afirma, lo sabe. Vamos, estamos frente a un tropo, es decir, una figura retórica. Porque luego de ver vomitar al caballo, ya se lo ha visto todo. Ahora bien, no erramos al colegir que tamaña afirmación bien podría denotar exagerado orgullo, fatuidad extrema y vanidad sin fin -de quien lo dice, se entiende-. Pero también es verdad que, muy raras veces, se den excepciones que pongan a prueba la regla (Exceptio probat regulam), y que en efecto, haya personas que se ubiquen por encima del bien y del mal, o lo que es lo mismo, lo hayan visto ya todo. He aquí su historia.

243555_198617370181631_100001001096753_522247_5878928_oAnton Pegam, nació un domingo primero de marzo de 1936 en el apacible pueblo de Drnovo, Slovenija (Eslovenia); hijo de padre italiano (Anton Pegam) y madre alemana (Franciska Müller), al parecer, como aparece en la foto, solo tuvo una hermana. Falleció a los 72 años, un miércoles 25 de febrero de 2009, a las 12:45 horas, producto de un paro cardiaco fulminante, luego de una larga lucha contra un cáncer al pulmón –años atrás, en una intervención quirúrgica, le retiraron uno de ellos, carbonizado por el exceso de cigarrillos-. Su esposa, mi tía, que lo sostenía en ese fatídico momento, afirma que le sorprendió la muerte: “avanzando de una habitación a otra, apoyado en mí, abrió exageradamente sus verdes ojos y dejó escapar el último aliento” (Sic). Todo ello ocurrió en su departamento de un quinto piso, en la Urb. Las Quintanas, Provincia de Trujillo, Región La Libertad. Fue Ángela, mi prima, quien me contó lo sucedido.

226357_198734273503274_100001001096753_522763_6621876_nCuentan que luego de la derrota alemana, en la Segunda Gran Guerra, su familia –como muchas otras de origen germano- lo perdió casi todo, y tuvo que sobrevivir con lo mínimo. De ahí que un día, me confesara de su imperiosa necesidad de tener siempre lleno el refrigerador. No podía tolerar la idea que sus hijos conocieran el hambre y la carestía, que él sí tuvo que sufrir. Al llegar a la mayoría de edad, se enrumbó a la vecina Austria, en busca de un mejor porvenir, donde sufriría un grave accidente, del que se pudo recuperar paulatinamente. Desde aquel entonces, su familia le perdió el rastro. A los pocos años, enrumbó a la Westdeutschland (la República Federal Alemana de aquel entonces), donde aprendería todo lo que le sería útil para defenderse en la vida, además de un oficio (construcción de grandes infraestructuras y control de explosivos) y consolidar su humanismo a través de la literatura, la pintura, la historia, la música clásica, en fin, el arte. Allí también se casó, y adoptó la nacionalidad alemana, herencia de lo que más orgulloso se sentía. Pero incluso Alemania le resultó pequeña a su curiosidad. El resto del mundo le esperaba. Con el pueblo judía había una deuda que pagar, aunque nada tuviera que ver en ello. De hecho, aún Alemania agacha la cabeza por los crímenes el nazismo.

800px-Allenby_Bridge_LOC_Matson_22904De entre los muchos lugares, donde trabajó, recibió por ejemplo, una medalla al mérito por haber participado en la reconstrucción del puente Allenby, en 1964. El Jisr al-Malek Hussein, como se le conoce en árabe, es un puente sobre el río Jordán, que conecta a Jericó con Cisjordania, ubicado en el Estado de Jordania. De aquella experiencia, le quedó un mal recuerdo de algunas costumbres tribales del pueblo jordano: “se tiran en sus tiendas, y mientras con una mano se sirven los alimentos, con la otra se lavan el culo”. También se indignaba al recordar como los jeques solían esconder ingentes cantidades de dólares dentro de sus colchones, que las ratas, hambrientas, terminan por devorar. El impacto del machismo, el servilismo, la deshonestidad, lo marcarían para siempre. 

1514843En la década del 80 viajó a Perú, para participar en la construcción de la represa de Gallito Ciego, en el distrito de Yonán, Región Cajamarca. Ahí conocería a su segunda esposa, Enma Zárate (hermana de mi padre), con quien tuvo tres hijos, Antonio, Ángela y Marco José (los dos últimos, nacidos en Venezuela, donde también participó en la construcción de mega estructuras, en el Estado de Tachira). Y fue ahí, en un campamento para los ingenieros alemanes, a poca distancia de la represa, donde le conocí, cuando viajáramos con mi familia a visitar algunos parientes. “El gringo”, le llamaban los pueblerinos, por esa asociación de todo extranjero blanco con el estereotipo norteamericano. Conocerlo pasó a ser un raro privilegio. Absorto, lo escuchaba hablar del mundo y sus circunstancias, de sus viajes, de sus lecturas. Absorto, con apenas 13 años de edad, supe qué quería ser en la vida. Y sí, quería ser como él, un ciudadano del mundo. Y aunque no fueron tantas, como habría querido, las veces que nos juntamos para compartir un café, un cigarrillo Marlboro rojo –su favorito-, o un gustosísimo almuerzo preparado por mi tía Enma; atesoro con gran cariño el tiempo que me regaló, las largas horas de conversación, las invaluables pepitas de sabiduría que me fue heredando, de a pocos. Y cómo no, la sesión de chistes con mis primos Ángela y Antonio.

3224_68002951588_733146588_1796829_7198837_nYo lo sé, no fue perfecto ni infalible. Nadie lo es. Quienes más lo conocieron afirman de él que “fue un gran hijo de puta, que chupó, fumó y amó a muchas mujeres”. Que exigió al máximo a quienes tuvo más cerca. Que su temperamento bordeaba el paroxismo. Que no se medía al calificar, en voz alta, a las personas. Recuerdo que alguna vez, me dijo, quejándose de nuestro subdesarrollo: “Vladimir, tus paisanos son caca”. Sin embargo, ese mismo hombre, gustaba cantarle a sus hijos: “duerme cucaracha mía, yo te quiero mucho, tanto que te quiero”. Y para cada cumpleaños, les horneaba él mismo su pastel. Y cuando era generoso, preparaba una pasta con un steak con pimienta negra, delicioso. También supo ser amigo de sus iguales. El alemán Peter Grüner puede dar fe de ello.

3224_68000491588_733146588_1796821_6597044_nEsta no es una reivindicación ni mucho menos. Solo mi tía y mis primos, sus 3 hijos, tienen derecho a opinar. Es más bien, un fallido intento de reconciliarme conmigo mismo. Siempre estuvo en mis planes, luego de volver de California, visitarlo. Pero una cosa hacía postergar a la otra, y cuando supe que ya no podría verlo más, me llené de remordimiento. Es más, es una de las cosas de las que más me arrepiento. Él, como yo, creemos que todo termina aquí. No hay un más allá, no hay un consuelo. Por eso, ahora que puedo, te doy las gracias, tío Antonio, porque si algo tengo y algo soy, en parte, te lo debo a ti. Vielen Dank für alles.

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