No hace mucho, Igor, mi hermano menor, me prestó esta novela, que tuviera que comprar y leer para cumplir con un trabajo universitario. En Lima, sólo entre personas muy cercanas es posible prestarse, intercambiarse, compartirse libros. Se dice, con mucha razón, que es un tonto quien presta un libro, y más tonto quien lo devuelve. Yo más de una vez he pasado por un reincidente tontonazo. Como fuere, agradecí el gesto y me eché a su lectura. Sólo me tomó un par de noches -algunas horas, claro, no era necesario amanercerse- terminar su lectura. Me gustó, hay que decirlo. Sin embargo, Alonso Cueto me gusta más como columnista (http://www1.peru21.com/comunidad/Columnistas/Html/cuetoIndex.html), tiene una capacidad de síntesis digna de envidiar, anéctodas interesantes, descubrimientos relevantes. Más de una de sus columnas son de antología, y no haría mal un editor en publicarlas. Dan para un buen libro, y otro.
La novela es ligera pero no leve, algo obvia a veces, entretenida en casi todas sus páginas, casi casi envolvente, pero no memorable. Creo que sigue quedando la deuda grande, de contar lo que pasó en esos años terribles de guerra civil, Sendero Luminoso, MRTA, Grupo Colina, Montesinos, Fujimori, y paro de contar. Ha habido intentos, sinceros seguramente, pero todos fallidos. Tal vez, tenga que ser un foráneo, un extranjero, quien lo cuente como se tiene que contar (novelas como The Dancer Upstairs, de Nicholas Shakespeare así nos lo hacen suponer). Tuvo que ser, salvando las distancias, Mario Vargas Llosa quien a mi parecer, contara la mejor historia del dictador Rafael Leónidas Trujillo Molina, con su excelente La Fiesta del Chivo, y no un dominicano. ¿Será, acaso, un colombiano, un chileno, un español, quien cuente mejor lo que vivimos no hace mucho pero no sabemos aún graficar sobre el papel?
Pero sigamos con la novela. Miriam Anco sin ser la protagonista, lo es, se roba nuestro interés, nuestro aliento, nuestro suspiro. Una mestiza digna de amar y desear desde el primer contacto. El doctor Adrián Ormache, el narrador, el alter ego de Cueto en esta historia, nos hará recorrer estudios jurídicos pitucos, barriadas malolientes donde es común pisar caca de perro, anónimos hostales cacheriles, Rosas Náuticas sobrevaluadas, sierras sur altamente motudas, San Isidros aún no cholizados, y más, hasta encontrarla y poseerla. Cueto nos convence, sin nada de esfuerzo, que el mejor polvo de su vida fue con una mestiza, y no exagero, es más, lo secundo. Nos distrae con escenas violentas a medio contar, con sufrimiento que no grita, con navajazos que no sangran. Pero ella queda, ahí, triunfante, desnuda, húmeda, lista para volver a ser penetrada. Si pareciera que lo estuviera rogando, con esos ojos coquetos pero infantiles. Y su calor, es imposible no derretirse en ella.
Pero tenía que morir, tenía que matarla, desaparecerla. Sino, no habría forma de terminar la historia, dejar de contar de ella, dejar de recorrerla, reinventarla.
Conviene acompañar el fin de cada lectura con un buen café, y de fondo, He sido tan feliz contigo, de Alejandro Sanz. Esos conectivos no se olvidan nunca.
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