miércoles, 6 de noviembre de 2019

AMERICANAH, de Chimamanda Ngozie Adichie

Americanah es una historia de amor traspasada por la paulatina consciencia del racismo. Ifemelu, la protagonista, es en términos absolutos, africana y negra (como dice que la ven); y en términos relativos, nigeriana, igbo y cristiana (como dice que es). Americanah es también un localismo nigeriano, de cariz burlesco, que identifica a los emigrantes a Estados Unidos, que regresan a la patria agringados y sin identidad. Así mismo, Americanah es el travieso ajuste de cuentas de su autora, Chimamanda Ngozie Adichie, por todos los que, en algún momento emigramos al Primer Mundo y fuimos etiquetados con estereotipos (basta leer algunos tweets del presidente Donald Trump).



Antes de empezar a leerla, imaginé una narrativa desde la marginalidad kafkiana, influido por el cuento «Alienación» de Julio Ramón Ribeyro, donde el zambo Roberto López «Bob» soñaba con convertirse en un rubio de Philadelphia, y que «en la ascensión vertiginosa hacia la nada fue perdiendo en cada etapa una sílaba de su nombre». Otro es el espacio-tiempo histórico. Ribeyro recrea a Bob desde un Perú tercermundista, pobre, elitista, jodido; donde las acolchonables Quecas no juegan con zambos. Chimamanda lo hace desde una Lagos (antigua capital de Nigeria) clasemediera y educada, anglófila, con una economía en ascenso (de casi doscientos millones de habitantes) liderando su continente subsahariano. Ifemelu, recién en Norteamérica, es consciente de su negritud y de la compasión políticamente correcta de las élites. De los eufemismos que evitan herir pero que más bien descostran la llaga. De la existencia de los otros, los latinos, en un primer encuentro con una babysitter: «una mujer de piel pálida y rostro cansado con el pelo negro, recogido en una cola de cabello grasiento» (Pág. 122). Para cuando Chimamanda Ngozie Adichie empezó a escribir Americahan, los latinos éramos la segunda mayor minoría en USA, y los afroamericanos, la primera. Hoy ya somos la primera. Imagino que, inmersa como estuvo en la comunidad afroamericana, permeó la rivalidad que existe con los latinos, dado que, el adjetivo peyorativo «grasiento» no es gratuito.

La fluida y entretenida prosa evidencian a una escritora, joven y sensual, disfrutando del surgimiento de cada capítulo. Disfrute que se transmite al lector desde la primera página. Y que, a su vez, invoca a una reflexión sobre la otredad, los etnocentrismos, los estereotipos, las generalizaciones. De ahí su aclamación entre los norteamericanos e ingleses más progresistas. La novela consta de casi seiscientas páginas, en un lapso de tres lustros, en el que Obizne crece emocionalmente con Ifemelu. Y luego se separan. Y luego se reencuentran.

Recomendable. 3.5/5.

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