Luego que el afamado George Clooney le respondiera a Brandon Voos, de la revista gay Advocate: “I’ll be long dead and there will still be people who say I was gay. I don’t give a shit”, es decir, que le importa una mierda que la gente diga que es gay, es decir, homosexual, más de uno debe de estar pensando en salir del clóset. No por el hecho que Clooney lo sea (al final, es su vida privada y estaría en todo su derecho), sino porque lo que hace algunos años habría merecido la excomunión y la hoguera pública, hoy, no importa una mierda. Be happy! reza el slogan más publicitado que yo recuerde, y no te arrepientas de nada que te haya merecido una sonrisa, aconseja el moribundo mago Ethan Mascarenhas (interpretado por Hrithik Roshan) en la película de Bollywood: Guzaarish –muy recomendable, dicho sea de paso-.
El acrónimo GAY (Good as you = bueno como tú) con justicia se fue alejando de su origen peyorativo de la Inglaterra victoriana, y hoy hace honor a lo que expresa, que un hombre que gusta de otro hombre, es tan bueno como el convencional, que gusta de las mujeres. Nótese que el adverbio de modo en sentido comparativo: “como”, denota idea de equivalencia, semejanza o igualdad (DRAE). En otras palabras, un homosexual y un heterosexual son semejantes, equivalentes y hasta cierto punto iguales; pero distintos. Siendo esto así, no es verdad eso que afirman los homosexuales: que todo hombre es un gay en potencia, a la espera de la ocasión. Y pienso que es así, basado en mi propia experiencia. Años atrás, aún soltero, cuando vivía en los suburbios de San Francisco, California, tuve la oportunidad de conocer a varios miembros de la numerosa comunidad gay. A eso de una hora de viaje en auto de Mountain View, se ubica el Barrio de Castro, la capital mundial de dicha comunidad, por lo que, conocer algún gay no es cosa rara. Desprejuiciado como soy, disfrutaba de salir en grupo y acompañarlos a las discotecas de ambiente de Castro, o concurrir a sus divertidísimas fiestas, donde la realidad superaba por mucho a la fantasía. Y aunque desde el inicio todos sabían de mi expresa condición de straight (heterosexual), no faltó uno, anglosajón, orgullosamente guapo, finísimo de trato, cultivado y joven, que tentara suerte conmigo. De haber aceptado, habría quedado entre él y yo, pero hasta la curiosidad tiene límites. Porque no se trata de falta de ganas, se trata de algo que es ajeno a tu naturaleza, y claro, tu voluntad. Como encontrarle la cuadratura al círculo. Sencillamente, no va. O como dicen ahora, no corre.
Y soy heterosexual, no sé si muy a mi pesar –como dice Joaquín Sabina- por la misma razón de Clooney: Elisabetta Calanis (fueron pareja por un par de años). ¿No es hermosa? Pero más que ella, por lo que representa. No hay ser en la tierra que despierte más deseo en un hombre que una mujer. Ni poder ni riqueza ni sabiduría. Ellas son y serán el fin último. Podría besar mil diferentes bocas, y amar mil y más cuerpos, solo si son de mujer (por fortuna, hoy estoy casado, y con Alena estoy más que bien servido). No me puedo ni imaginar rozando una mejilla barbuda (basta con la mía) ni sentir unos genitales donde deberían de estar unos labios húmedos que te invitan a fundirte y explotar dentro de ellos. Y su femenina voz… voz de mujer. Gemido de mujer. Aroma de mujer. Textura de mujer. Con el perdón de los gais, podrán copiarlas, pero nunca igualarlas.
Don Miguel de Unamuno, en Niebla, desarrolla una teoría bien curiosa, adjudicándosela a un escritor holandés del siglo XVII. Dice: “así como cada hombre tiene su alma, las mujeres todas no tienen sino una sola y misma alma, un alma colectiva, algo así como el entendimiento agente de Averroes, repartida entre todas ellas. Y añade que las diferencias que se observan en el modo de sentir, pensar y querer de cada mujer provienen no más que de las diferencias del cuerpo, debidas a raza, clima, alimentación, etc., y que por eso son tan insignificantes. Las mujeres, dice ese escritor, se parecen entre sí mucho más que los hombres y es porque todas son una sola y misma mujer…”. Ojalá y fuera verdad. Ojalá y al amar a una, pudiéramos amarlas a todas. Soñar no cuesta nada… que toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son; canta el buen Calderón.
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